¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?) (1962)
Nota: 7,5
Dirección: Robert Aldrich
Guión: Lukas Heller (Novela: Henry Farrell)
Reparto: Bette Davis, Joan Crawford, Victor Buono, Wesley Addy, Julie Allred, Anne Barton, Marjorie Bennett
Fotografía: Ernest Haller
Duración: 133 Min.
“Nunca lo he pasado mejor que cuando empujé a Joan Crawford por las escaleras durante aquel rodaje”, comentó en cierta ocasión Bette Davis a propósito de la filmación de ¿Qué fue de Baby Jane?
¿Qué fue de Baby Jane? es, probablemente, el ejemplo palmario de esas películas en las que argumento y rodaje terminan hibridándose entre ellos hasta conformar un todo indisociable, el cual, para ventura de la producción, arroja finalmente contra la pantalla unos resultados explosivos y palpitantes. En enfrentamiento interpretativo pero sobre todo personal de Bette Davis y Joan Crawford atravesó décadas de inquina –según las malas lenguas, ocasionado por un desplante amoroso de Davis hacia Crawford-, para enquistarse en el set del filme, astutamente explotado por Robert Aldrich –y supongo que también por los encargados de promocionar la cinta-, y, de ahí, recorrer en lo sucesivo ríos de tinta, papel cuché y tomos biográficos.
Embarcadas en el otoño de sus carreras, después de haber formado parte del star-system del Hollywood clásico, Davis y Crawford encarnan a los juguetes rotos que la sociedad contemporánea, infantil y caprichosa, acostumbra a usar y tirar, servidos y desechados por una industria antropófaga e implacable a la que la memoria y la dignidad le son ajenos. Así, el extenso prólogo del filme, de 11 minutos, expone de manera literal esta idea deteniéndose en el rostro destrozado de una muñeca de porcelana, símbolo que marca el punto de inflexión que da lugar a la trama, después de presentar, como si de un espejo se tratase, las dos historias de ascenso y caída de ambas enemigas íntimas: una niña prodigio del vodevil ahogada en el alcohol y una estrella de los glamurosos años treinta con su gloria cercenada a causa de un fatal accidente de coche producto de los celos y el rencor.
La estructura especular de la introducción no es casual, puesto que, a lo largo del metraje, la condena será compartida y correspondiente entre las dos mujeres: Crawford, encadenada a una silla de ruedas, enclaustrada detrás de ventanas enrejadas en la segunda planta de una mansión de la que no puede descender; Davis, como sirvienta y carcelera a partes iguales, única dueña de una planta baja abigarrada hasta lo opresivo, desbordada de sombras y plantas como un bosque encantado en tenebroso blanco y negro, y dependiente del capital de su hermana, con la única satisfacción de desencadenar sobre ella tormentos arbitrarios que reviertan este enfermizo y ambiguo estatus de dominante y dominada, de odio y de necesidad.
El cometido era arriesgado. No solo por plasmar en fotogramas una animadversión de décadas, intermediada por una filmación de alto voltaje, sino también por hablar a las claras del tabú y la lacra que, particularmente en el caso femenino, supone la decadencia profesional y la pérdida de papeles debido a las inapelables consecuencias físicas de la edad. Davis, además, le pone rostro al discurso con absoluta rotundidad cuando aparece en escena convertida en una figura ajada por las arrugas y el peinado desmañado, el maquillaje ridículo y el vestuario hecho poco más que jirones; grotesca imitación de las muñecas ‘reales’ de la pequeña ‘Baby’ Jane, las cuales desempeñan un cometido antagónico al literario retrato de Dorian Grey como permanente recuerdo de una juventud que fue y ya no está, pero que todavía pervive para mirar con burla, desde el fondo de la sala, las trágicas circunstancias que el destino y la fatalidad le han deparado a su simulación de carne y hueso.
¿Qué fue de Baby Jane? se mueve entre el melodrama familiar y el terror psicológico, senda tortuosa que coincide en el tiempo con Psicosis –de hecho, la otra relación familiar que aparece en la trama, la que se da entre el pianista interpretado por Victor Buono y su madre, bien serviría en sí misma para otra entrega de esta combinación-. También avanza un subgénero popular en la década, denominado coloquialmente como gerontoterror, y en el que la pareja de actrices reincidirá sin pudor -en especial Crawford, que dos años después protagonizará la icónica El caso de Lucy Harbin-. No coincidirían, pese a los esfuerzos de Aldrich, en la siguiente pieza que compone un díptico demencial con ¿Qué fue de Baby Jane?, Canción de cuna para un cadáver, en la que comparecerán Davis y Olivia de Havilland –no por azar, objeto de antipatía en la vida real de otra hermana y estrella de cine, Joan Fontaine-.
Robert Aldrich, aguerrido representante de esa generación de la violencia que abarca nombres como Samuel Fuller, Don Siegel o Sam Peckinpah, descerraja aquí una de sus obras más agresivas, donde esta implacable sensación de hostilidad transcurre en paralelo a la deriva obsesiva y macabra en la que se embarca la trama. La tensión se hace sangre tan solo de manera puntual –una paliza a patadas en la que Bette Davis golpeó a Joan Crawford hasta provocarle una herida que necesitó puntos de sutura; otra secuencia en la que Davis arrastra a Joan Crawford, quien había cargado sus bolsillos con pesas para dañar la espalda de su partenaire-. El objetivo es infundir a las imágenes una atmósfera crispada y malsana que, gradualmente, se desborda hasta rebasar los límites de la cordura. En ocasiones, sobre todo durante el planteamiento de la película, Aldrich, Davis y Crawford componen para tal fin unas escenas en exceso teatrales –si bien, cabe decir, la personalidad de las hermanas es, en sí misma, pura y constante teatralidad-, que, por fortuna, tienden a percibirse como más naturales, y por tanto angustiosas, a medida que transcurren los minutos –demasiados, por otra parte- y comienzan a brotar matices que cuestionan los puntos de vista de los personajes –ese empleo del timbre de llamada como aguijonazo frustrante, los destellos de remordimientos en la vorágine de inestabilidad de Davis-.
Perfectas en la asunción de sus personajes, Davis y Crawford cargan sobre su tremebundo maquillaje acumulado en capas de días consecutivos y sobre su rostro perpetuamente desencajado, respectivamente, el peso de esta espiral hacia la destrucción mutua asegurada, cumpliendo una a una las advertencias y profecías formuladas desde el prólogo. Gracias al esfuerzo de las actrices, sus hermanas poseen entidad como seres humanos y merecen empatía. En definitiva, nunca se despeñan en un esperpento bufonesco o en esa sensación de vergüenza ajena que sería capaz de destruir sin piedad los cimientos de una función que, felizmente, prescinde asimismo de moralismo.
Con crueldad grandgignolesca, ¿Qué fue de Baby Jane? atrapa al espectador en un viaje patético, desesperado –y por ello cada vez más digno de compasión- que culmina en el puro paroxismo, con la apoteosis de una revelación en la que acaban fundiéndose la bajada de la escalera de Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses con el descorazonador sadismo de esta simbiosis fundada sobre la hiel.
La aversión entre las estrellas sobrepasaría incluso el estreno de la película, alentada por una nominación al Óscar para Davis que Crawford, en cambio, no conseguiría. Temperamental e indomeñable, Crawford se ofrecería amablemente a recoger el galardón que finalmente conquistaría Anne Bancroft por El milagro de Anna Sullivan, quien no había podido acudir a la gala de la Academia. “Nunca hay que decir cosas malas sobre los muertos, solo buenas. Así que diré que Joan Crawford ha muerto… ¡qué bien!”, sentenció Davis el duelo en 1977.
Víctor Manuel Rivero