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Rashomon (1950)

Nota: 8

Dirección: Akira Kurosawa

Guión: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto

Reparto: Toshiro Mifune, Masayuki Mori, Machiko Kyo, Takashi Shimura, Fumiko Homma, Minoru Chiaki

Fotografía: Kazuo Miyagawa

Duración: 83 Min.

A estas alturas, nadie ignora el enorme prestigio del que ha gozado “Rashomon” desde su presentación internacional en la Mostra de Venecia de 1951. Aquel León de Oro al que poco después se uniría el primer Oscar concedido a una película de habla no inglesa, consagró prematuramente a un director joven que aún no había rodado ninguna de sus grandes obras maestras. Pero además, contribuyó a revelar al mundo la existencia de una cinematografía que hasta ese momento había permanecido oculta a los ojos de Occidente. Mizoguchi, Ozu, Kinoshita, Naruse… Todo el cine japonés se abriría paso en las décadas siguientes a través de aquella “puerta” construida por Akira Kurosawa en un sucio decorado a las afueras de Tokio1, cambiando para siempre la Historia del cine. No obstante, con la perspectiva que aportan el tiempo y la distancia, cabría cuestionarse si “Rashomon” es realmente una auténtica obra maestra o si nos encontramos ante una película mitificada por su relevancia histórica.

En realidad, cualquier cinéfilo que conozca –aunque sea sólo parcialmente- la filmografía de Akira Kurosawa, percibe desde el primer visionado una inmediata sensación de insuficiencia. La “originalidad” de una narración orquestada a partir de las distintas versiones que varios personajes ofrecen del asesinato de un samurái y la violación de su esposa a manos de un vulgar bandido, puede parecernos hoy demasiado burda. Es cierto que ya no estamos en 1950 y que el cine del maestro japonés no se destaca por la complejidad de sus estructuras narrativas. Pero también lo es que, como mero relato, carece de la grandeza épica de “Los Siete Samuráis” o del lirismo trágico de “Vivir”. Así pues, tratar de justificar su supuesta grandeza basándonos en sus discutibles virtudes narrativas puede desembocar en una más que probable decepción2. Y lo que es peor aún, puede hacernos perder de vista su auténtico valor: su condición de piedra Rosetta que permite descifrar muchas de las claves que componen el universo visual de su autor. Un universo donde el lenguaje cinematográfico se conjuga con enorme maestría con los códigos estéticos del arte tradicional japonés.

Con Kurosawa, que había estudiado caligrafía y pintura en su adolescencia, el cine moderno encontró a uno de sus más grandes “pintores” de imágenes. Porque más allá de la densidad dramática que caracteriza sus mejores obras, su cine se define ante todo por la riqueza visual de su puesta en escena. El cineasta trabajaría en esta concepción pictórica de la imagen a lo largo de casi cinco décadas, recurriendo al uso del teleobjetivo y el formato panorámico para lograr composiciones planas en las que los objetos y los cuerpos se ordenan en un complejo entramado de configuraciones visuales. En este sentido, el esquematismo de “Rashomon” contribuye a clarificar muchas de sus inquietudes estéticas, al tiempo que revela el origen de sus principales referentes.

Una de las influencias más notables la encontramos en las secuencias de la Puerta de Rasho. La densa lluvia que domina la escena, parece cruzar la pantalla como una cortina de líneas que se superponen sobre la oscura silueta del edificio y las figuras humanas que se guarecen en su interior. La presencia de fuerzas telúricas como el agua, el viento y el fuego es una constante en su filmografía por cuanto contribuyen a acentuar la tensión emocional de los personajes. Pero el modo de expresar visualmente dichas fuerzas es un recurso característico de la pintura paisajista japonesa, cuyo lenguaje estético dominó al arte del siglo XIX inspirando a muchos de los pintores impresionistas europeos a los que el cineasta admiraba3.

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La segunda, la encontramos en los espacios naturales del bosque en el que acontece el crimen. La luz del sol atraviesa las copas de los árboles proyectando su sombra sobre la superficie del suelo, las ropas y los cuerpos de los personajes. El contraste con el fondo blanco de la pantalla intensifica las siluetas oscuras dibujadas por el contorno de las hojas y las ramas, emulando los entramados de líneas y manchas propios de la pintura a tinta. Una disciplina que Kurosawa había practicado en sus años de aprendizaje y que alimentaría su fascinación por las composiciones abstractas y la superposición de texturas.

Pero será en el patio de grava que acoge la escenificación de las distintas confesiones, donde el cineasta rodará algunas de las imágenes más hermosas del film inspirándose en la estética de los jardines de piedra. La relación de escalas y distancias entre las figuras humanas de la escena, en claro paralelismo con las rocas del jardín zen, es fundamental para apreciar el extraordinario equilibrio que desprenden éstas y otras composiciones visuales de su filmografía. Aunque su talento a la hora de situar a sus personajes en el espacio, se revelaría más claramente en obras maestras posteriores como “Trono de Sangre” o “El Infierno del Odio”.

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Sin duda, “Rashomon” dista mucho de ser aquella obra brillante que su propia leyenda se encargó de encumbrar. Pero bajo su decepcionante superficie, se esconde todo un universo estético que merece, al menos, volver a ser revisado antes de enviarla definitivamente a la categoría de películas más sobrevaloradas de la Historia del cine.

NOTAS:

1 El título de la película hace referencia a la antigua Puerta de Rasho, uno de los portones que rodeaban la ciudad imperial de Kioto. El hecho de que la película se convirtiera en una puerta de acceso entre Occidente y el cine japonés resulta, como poco, llamativo.

2 Una reacción similar a la que pueden producir otras producciones narrativamente inverosímiles como “Sed de Mal” o extremadamente simples como “Al final de la escapada”.

3 El caso más destacable es el de Vincent van Gogh, a quien Kurosawa dedicó uno de los capítulos de su película “Sueños” y que pintó algunos de sus cuadros a partir de obras célebres del paisajista nipón Hiroshige.

Aythami Ramos

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