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Mad Men (2007-__)

Solemos mirar al pasado con cierta condescendencia. Cualquier tiempo pasado nos parece más simple, con esa felicidad que sólo da la ingenuidad. La imagen que tenemos de esos maravillosos años 60 en Estados Unidos, es la visión de esas mujeres que se parecen a Doris Day y que tienen la cena preparada en casa mientras esperan a que sus maridos vuelvan de trabajar de la ciudad. Y en apariencia, eso es «Mad Men»: publicistas de Madison Avenue (de ahí el juego de palabras con el nombre de la serie), como lo podía ser Roger Thornhill en “Con la muerte en los talones”, o aquel jurado superficial de “Doce hombres sin piedad”, con mujeres que visten vaporosos trajes de flores, mientras cuidan de los niños y les esperan pacientemente con la cena en la mesa. Pero «Mad Men» es una mirada a ese mundo a través del reflejo ámbar de un vaso de bourbon, a través del humo de unos Lucky Strike.

«Mad Men» es una mirada al pasado dura, amarga e insatisfecha, sin idealizar. La serie parte del sueño americano, de los conflictos entre los deseos de una sociedad a la que se le prometió la felicidad. Porque, ante todo, los personajes de «Mad Men» no están satisfechos con sus aparentemente perfectas vidas. Don Draper (Jon Hamm), su carismático protagonista, el mejor director creativo de Madison Avenue, donde se acumulan las mejores agencias de publicidad del mundo, admirado y venerado en su trabajo, con una mujer aparentemente ideal, arrastra un pasado del que no se puede deshacer. Don Draper es el misterio que deberemos desentrañar a lo largo de la trama de la serie.

Creada por Matthew Weiner (que ya estuvo detrás del éxito de «Los Soprano»), «Mad Men» está ambientada en el elegante y glamuroso mundo de la publicidad, en una época llena de cambios para la sociedad. «Mad Men», sin tener un enfoque costumbrista, nos relata momentos clave de la historia a través de cómo los viven sus personajes, de cómo encajan estos hechos en sus vidas, pero de forma incidental, sin que se pierda el protagonismo de la vida en la agencia de publicidad ni sus consecuencias en las vidas de los que allí trabajan. La historia de Mad Men se desarrolla de una forma pausada y tranquila, haciendo que el espectador entre poco a poco en la trama, hasta que, sin darse cuenta, quede atrapado definitivamente. Y ésto se consigue con unos guiones brillantes, en los que no sólo importa lo que se dice, sino que como en el buen jazz, los silencios y lo que leemos entre líneas es lo esencial; con unos personajes dibujados, pero a la vez dotados de esa ambigüedad que define al ser hunano, que evolucionan con las tramas y que están maravillosamente interpretados por un gran reparto encabezado por Jon Hamm, Elisabeth Moss, Christina Hendricks y John Slattery. Y como colofón, tenemos un brillante diseño de producción que destila autenticidad en sus decorados, en su vestuario y en la magnífica labor de documentación que está detrás de cada episodio.

«Mad Men», triunfadora en los Emmy y en los Globos de Oro desde su estreno, es una serie que hay que degustar y paladear para poder dejarnos llevar por sus innumerables virtudes. «Mad Men» nos traslada en un viaje al pasado, donde la vida puede tener los amables colores pastel de los carteles publicitarios de los primeros años 60… o tal vez, no, pero eso tendremos que averiguarlo nosotros mismos.

Clara Ochoa

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