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El Placer (Le Plaisir) (1952)

Nota: 8

Dirección: Max Öphuls

Guión: Jacques Natanson, Max Öphuls (relatos de Guy de Maupassant)

Reparto: Claude Dauphin, Gaby Morlay, Madeleine Renaud, Ginette Leclerc, Mina Parely, Danielle Darrieux, Jean Gabin, Pierre Brasseur

Fotografía: Philippe Agostini, Christian Matras

Para la confección del guión de «El Placer», Öphuls y Natanson se basaron en tres cuentos de Guy de Maupassant. Según el mismo, la primera historia que compone este brillante film confronta al Placer y el Amor, la segunda supone el encuentro entre el Placer y la Pureza y la tercera relaciona el Placer y la Muerte; no la física, sino la moral.

Esta obra es una de las componentes de la brillante etapa francesa del director alemán, completada por «La Ronda» (1950), «Madame de…» (1953) y «Lola Montes» (1955). En mi opinión, contraria a la expresada por el propio Öphuls a través de su narrador, la primera y tercera de las historias de este largometraje confrontan al Placer y el Amor, saliendo vencedor, en ambas ocasiones, el primero.

La historia del hombre enmascarado muestra de forma brillante la no aceptación del inexorable paso del tiempo por parte del protagonista; éste vuelca toda su autoestima y atractivo en su apariencia física, dejando de lado el verdadero amor de su esposa, en favor de la sensación de sentirse todavía deseado por otras mujeres. Estos primeros quince minutos  transcurren casi en su totalidad en un baile, al cual Öphuls nos invita con sus elegantes movimientos de cámara, haciéndonos partícipes del mismo y preparándonos para lo que está por llegar.

La segunda historia (la mas floja de las tres) nos traslada a un prostíbulo de un pequeño pueblo francés. Presenta el local en cuestión y a sus clientes habituales como si de un negocio familiar se tratara. La inocencia y normalidad que transmiten los asiduos al mismo, chocan con lo políticamente incorrecto del negocio del placer en las grandes urbes. La intención del director probablemente consiste en confrontar esta realidad con el evento que sobreviene a la mujer que regenta el burdel; es invitada a asistir a la comunión de su sobrina junto todas sus asalariadas. Dicho festejo es mostrado como algo atípico en la vida de todas ellas, representantes del placer, que asisten con entusiasmo a la ceremonia, representante de la pureza. Realmente es la menos destacable de las historias, pero cuenta con una presentación portentosa, gracias a unos magistrales planos secuencia que, ayudados por la voz del narrador, recorren, siempre desde el exterior, todas las dependencias del prostíbulo con sus ocupantes.

En la última parte de la película se narra la historia de un joven pintor que se enamora locamente de una modelo. En esta ocasión Öphuls intenta mostrarnos la diferencia entre el amor y la efímera y embriagadora sensación provocada por la química en algunas relaciones de pareja; en concreto, aquellas que se basan únicamente en ella. El director de «Carta a una Desconocida» filma con mano maestra el nacimiento, desarrollo y desenlace de una relación amorosa en tan solo quince minutos, haciendo gala de una capacidad de concreción inusitada en el cine actual.

Una magnífica voz en off enlaza la narración de las tres historias y complementa muy acertadamente los planos mostrados por el director. Otro claro ejemplo de como debe ser utilizado este recurso en cine, como ya apuntábamos en el artículo sobre «Million Dollar Baby»; a pesar de tener una función absolutamente diferente en cada película, cumple a la perfección su cometido.

En definitiva, Max vuelve a encandilarnos con su maestría en el terreno narrativo y con la utilización de sus virtuosos movimientos de cámara, siempre al servicio de la historia, haciendo que el espectador se deslice por los noventa y tres  minutos de metraje casi sin darse cuenta.

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Carlos Fernández Castro

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