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Guerra Mundial Z (World War Z) (2013)

Nota: 7

Dirección: Marc Foster

Guión: J. Michael Straczynski, Matthew Michael Carnahan (Novela: Max Brooks)

Reparto: Brad Pitt, Mireille Enos, Daniella Kertesz, David Morse, Matthew Fox, Eric West, James Badge Dale

Fotografía: Robert Richardson

Duración: 116 Min.

Cuando George A. Romero tuvo la idea de resucitar a un séquito de muertos de sus tumbas, una especie de morbo nació entre los espectadores de la todavía «era pre Easy Rider». No solo por la indiferencia a la calidad técnica o a los grandes diálogos, sino también por la sencilla razón de querer partirse de risa viendo a un hombre destripando a otro. «La noche de los muertos vivientes» (1968) destapó el corcho de una botella que durante más de cuarenta años no ha parado de llenarse de películas rebosantes de sangre, casquería zombi y teorías sobre el fin de la humanidad hasta el punto de realizar series de indiscutible éxito como «The Walking Dead«. El sentimiento por tanto de que lo postacopalíptico gusta es más que palpable.

Se podría decir que el renacer del género no vino hasta que el guionista Alex Garland y el director Danny Boyle cambiaran el concepto de “muerto” a “infectado” en «28 días después» (2002), dotando a las criaturas de una rabia y velocidad nunca antes vista, y dando así más pilas al concepto de “pandemia” utilizado en «Hijos de los hombres» (Cuarón, 2006), «El incidente» (2008) o «Infectados» (Álex y David Pastor, 2009).

Esta nueva guerra mundial no aporta demasiado sino que bebe más de clichés de «28 semanas después» (Juan Carlos Fresnadillo, 2007), «Soy leyenda» (Martin Lawrence, 2007) y «Contagio» (Steven Soderbergh, 2011), tanto por la idea de virus-plaga capaz de desolar a la humanidad en cuestión de días como por la inesperada solución que pretende erradicar el problema. Pero seamos sinceros. ¿Es posible a estas alturas realizar un film de este tipo que no se parezca a otro?

El acabado técnico de las imágenes roza la maestría cuando las hordas atacan en masa a la población, aunque de forma individual se nota bastante que detrás de esas bestias hay más trabajo de ordenador que de interpretación. Y nada que reprochar a la fotografía de Robert Richardson, amparada por sus grandes trabajos en títulos como «Platoon«, «La invención de Hugo« o las dos partes de «Kill Bill«.

Pero de poco vale el espectáculo visual cuando muchos dirán que la cinta no tiene nada que ver con la obra de Max Brooks, que no explota nada su contenido sociológico, ni los cambios geopolíticos, religiosos y medioambientales que dan lugar a la guerra zombi narrada en el libro desde múltiples perspectivas. Y no les faltará razón. Si en algún momento se hace mención a estos elementos se hace muy de pasada. Pero igual de cierto es que ni el tiempo, ni el bolsillo ni el capital humano de una productora tan grande como la HBO han logrado una adaptación realmente fiel de las páginas a la pantalla; me refiero por supuesto a «Juego de tronos« y también a que el 90% de las veces –o más- decimos aquello de “me gusta más el libro”. Centrémonos por tanto en la película como un producto aislado de entretenimiento basado en la acción y en el susto, en la certeza de que Marc Foster ha conseguido el equilibro entre la sensación de terror en la butaca y el sabor suave de las palomitas.

El pistoletazo de salida recuerda a la introducción de Amanecer de los muertos (Zack Snyder, 2004). Resultaba fascinante la manera tan sencilla y devastadora de mostrar una epidemia que se extiende de una vivienda a otra hasta llegar a la misma Casablanca, con la tensión palpitante que generaba identificarse con una joven recién escapada de las garras de su propio marido. Quitadle la musiquita tipo videoclip, cambiad a Sarah Polley por Brad Pitt y multiplicad por cinco los accidentes, víctimas y primeros planos desde un vehículo hasta llegar al filo de una azotea en mitad de Filadelfia. Puro vértigo, la adrenalina por las nubes y la sensación de que un paso en falso puede suponer el final de su familia.

El ritmo permanece igual en todo el film, comparable a un grifo que discurre el agua de forma continua y se atasca muy de vez en cuando. Movimiento constante y pequeñas pausas para el diálogo. Es el apocalipsis, no hay tiempo para explicaciones. ¿Para qué las queremos? Un virus se ha desatado y se está expandiendo, fin. Toca correr, gritar, darle a esos cabrones con cualquier cosa capaz de detenerles mientras se ruega a la suerte por encontrar una idea, una vacuna contra la desconocida enfermedad.

Básicamente el resumen del guión es “Soy Brad Pitt,  no tengo ni puta idea de química pero trabajo en la ONU. Dame un arma, un teléfono, un avión y esto y lo otro”… Eso sí, pese a la fama de su nombre y apellido este superviviente no tiene nada que ver con la fanfarronería del engominado John Cusack en «2012″. Tampoco ves al miedica de Cillian Murphy en «28 días después». Es un tipo con experiencia en batallas y en tomar decisiones rápidas, pero también con la incertidumbre y el miedo que está sufriendo el espectador. El fallo: la guerra solo se muestra detrás de sus retinas. Es él el que toma las decisiones y a través del que vemos cómo se está extendiendo la infección a lo largo y ancho del globo. Sí, para ello obviamente emplea decenas de escenarios y rompe las barreras del clásico centro comercial, bosque o sótano donde se  suelen refugiar los personajes. Pero al director le ha faltado explotar más el concepto de “guerra mundial” inherente al título. No hay atisbos de la fuerte colaboración entre naciones que requeriría un desastre de esta magnitud. Sigue ganando Tío Sam.

Manu Sueiro

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