Reflexiones de Película: Hombres, Mujeres y Niños (Men, Women and Children) (2014)
¡Atención, por favor, atención!
¿Qué diferencia hay entre un náufrago hablándole a un coco en una isla desierta, un mercader pregonando las bondades de sus productos en el Gran Bazar de Estambul, una sonda espacial reproduciendo un tema de Los Beatles más allá de Plutón, un adolescente compartiendo un selfie en su muro de Facebook, o la publicación de esta entrada de blog…? Realmente no es imprescindible ver la película ‘Men, Women & Children’ para llegar a la conclusión de que en el fondo no hay ninguna. Pero después de contemplar el último trabajo del realizador Jason Reitman queda patente que el bien más preciado por el ser humano, el verdadero motor de la historia, es despertar, captar y mantener la atención del otro: iniciar con él una conversación.
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“Por 100 likes me desnudo y por 300 subo un video mío súper hot”. ¿Os gustaban los comentarios de texto en el instituto…? A mí me apasionaban. Por eso, cuando me encuentro con este tipo de mensajes en las redes sociales se me va la olla. ¿A vosotros no? Os propongo un juego: sustituid la palabra “likes” por “euros”. Ah, ¿no? ¿Por qué no…? Al fin y al cabo, ¿qué es un euro? ¿Y cómo los consigues? Lo mires por donde lo mires los euros están hechos de tiempo: de tú tiempo y del mío. Igual que los “likes”.
Préstame atención
Otra pregunta de esas que me gustan a mí: ¿cuál es el recurso más escaso y, por lo tanto más valorado, entre los seres humanos? Esa era fácil… Y ahora voy a hacer como los magos: abre la red social que tú quieras. ¡Sí, la que te dé la gana! Durante un minuto echa un vistazo rápido a todas las entradas publicadas que puedas y piensa en una frase que, en el fondo, signifique lo mismo que cualquiera de dichas publicaciones. ¿Ya la tienes…? ¡Eso es: Préstame atención!
Todas las redes sociales y, a su vez, todos los que las integran entre sí, compiten por lo mismo: por que les prestes tu atención. En sus dos acepciones más comúnmente empleadas, el término préstamo hace referencia a la cesión o entrega de un bien que se hace a condición de devolución, o a un crédito que se concede con garantía de devolución y pago de intereses. Cuando entras al banco a pedir un préstamo, a cambio de tu casa, tú le estás prometiendo a la entidad del orden de entre 25 y 40 años de tu tiempo. Del mismo modo, los que estamos dispuestos a dejarnos buena parte de nuestra alma en las redes sociales, nos arrastramos de rodillas hasta tu banco para suplicarte que nos prestes un poco de tu tiempo. Tiempo que no empleas en otras cosas = atención que desvías de otras cosas. Y, como la atención no es una moneda que se pueda devaluar para fabricar más, sólo las ofertas más tentadoras e interesantes consiguen los préstamos solicitados.
Cuando entras en Facebook, en Twitter, en Tuenti, en Instagram o guarever…, ¿por qué lo haces? Primero y fundamental, porque dispones de tiempo = un fajo de atención en billetitos nuevos que te quema en el bolsillo. ¡Quieres gastarlos! Así que entras en el zoco a ver qué se cuece… Lo que ocurre es que a este mercadillo de atención no se puede ir con la lista de la compra hecha, porque nunca sabes a priori lo que te vas a encontrar. No obstante, antes de cotillear los puestos de los demás, lo más normal es que te pases por el tuyo a comprobar la cantidad de atención ajena que has conseguido cosechar: un vistazo rápido al libro de contabilidad basta para dilucidar si en el haber hay más que en el debe o viceversa, verificar cuáles de tus ofertas han sido mejor acogidas, revisar tu estrategia de posicionamiento, al tiempo que tomas buena nota de tus clientes más fieles para premiarles a tu vez con dosis extras de tu atención en sus respectivos puestos.
Lo habitual es comenzar el paseo por el zoco interesándote por sus últimas ofertas. Las técnicas de venta son de lo más variopinto: los hay que ostentan un estilo propio y bien definido; otros cambian de táctica constantemente; hay quienes se especializan en un producto o servicio, y quien ofrece un poco de todo. En el lado de los artesanos están los que se toman muy en serio su oficio, garantizando originalidad y calidad, y los que se exponen demasiado con ofertas arriesgadas y poco rentables. En el de los intermediarios están los que apuestan siempre a caballo ganador y, aquellos por los que tengo especial predilección: los importadores de productos exóticos y fascinantes. Cada cual brega en su nicho de mercado, interesado en unos públicos y no en otros, sabe quiénes son sus aliados y conoce a su competencia a la perfección.
Más a menudo de lo que nos gustaría reconocer, ocurre que a pesar de haber puesto parte de nuestra alma en la elaboración de los productos y diseñado eslóganes persuasivos para venderlos, no nos comemos un colín y la frustración y el resentimiento nos muerden los tobillos. Acontece también lo contrario: que un producto importado en el que apenas habíamos depositado nuestra fe nos otorga pingües cotas de atención. Mas estos rendimientos, por muy suculentos que sean, nos saben a poco. En realidad lo que deseamos es salir victoriosos del duelo por méritos propios y no mediante un campeón que nos haga el trabajo sucio.
La mayoría de los clientes visitan nuestro tenderete, nos pagan su tributo y se marchan sin darnos tiempo ni a ofrecerles un rico té. Eso sí, en contadas pero deliciosas ocasiones, nos visita un comprador que está dispuesto a regatearnos el precio. ¡Y estas son las transacciones que consiguen que mantener el tenderete abierto siga valiendo la pena! Incluso, si la jornada es propicia, y Alá nos bendice con su sonrisa, hasta conseguimos que el cliente nos acompañe a la trastienda donde somos, por unos instantes, dueños y señores de unos minutos de su precioso tiempo. Es tal el agradecimiento que nos embarga que, en un arrebato de locura, seríamos capaces de regalarle la tienda entera…, y hasta nuestra propia persona. ¡Que Alá me perdone!
Si tuviésemos la capacidad de sobrevolar el zoco, visualizar desde las alturas el constante ajetreo y la cantidad de tiempo y energía que se emplea en su interior tratando de captar una atención limitada para una oferta aparentemente ilimitada, es probable que hasta el más entusiasta de los mercaderes concluyese que la caótica organización competitiva del zoco carece de sentido y que mejor harían él y todos sus colegas en asociarse y constituir una cooperativa: una suerte de buffet autoservicio, en el que los clientes pudieran llenar su bandeja antes de pasar por caja. De este modo los cooperativistas no tendrían más que dividir a partes iguales las atenciones cosechadas.
Entonces, ¿por qué no nos organizamos y dejamos de competir por la atención? Habrá que ir pensando que nos encanta no sólo que nos la presten a nosotros, sino que también disfrutamos sustrayéndosela a los demás o, si se desea, haciendo lo posible porque no se la presten a otros. Y, por otro lado, ¿qué interés turístico tendría el zoco si al entrar en él como clientes nadie se afanase y pelease por atraer, captar y retener nuestra atención…? ¿Acaso no es eso lo que nos confirma que existimos, lo que nos proporciona identidad y alteridad, otredad…? ¿Es que no te pone, no te hace sentir vivo, no te sabes tanto más importante cuantos más otros pugnan por tu atención…? ¿Es que tu atención vale y cuesta lo mismo que la atención de ese otro…? ¿Acaso no prostituimos todos en cierto modo nuestro tiempo…, subastándolo al mejor postor?
On line Freak Show
Pero volvamos al caso de esa o ese joven que ofrece imágenes y vídeos su cuerpo desnudo y súper hot a cambio de “likes”. Permitidme que os hable ahora de la zona más recóndita y oscura del zoco: en ella un grupo muy especial de mercaderes levanta sus puestos. Suelen estar mal vistos en el gremio porque rehúsan comerciar con productos manufacturados o importados y, por tanto, no tienen más que ofrecer a sus públicos que a ellos mismos. En este lugar apartado del zoco nos congregamos los freaks: rarezas humanas que, a cambio de mayores tasas de atención, estamos dispuestos a mostrarte nuestras deformidades, nuestras almas (e incluso nuestras partes pudendas) desnudas, nuestros traumas y manías; conscientes de que, al hacerlo, nos volvemos más vulnerables, sospechosos habituales, presa fácil de acosadores, calumniadores y vigilantes del decoro. Yo levanto mi tenderete justo al lado del de este o esta joven.
¿Por qué una adolescente estaría dispuesta a mostrar sus pechos o un joven su pene a cambio de “likes”? ¿Nos sería más comprensible si lo hiciese a cambio de euros…? ¿Crees que no son conscientes de lo que hacen…? Yo creo que lo son. Y mucho. Saben lo que ofrecen. Saben a quién se lo ofrecen. Saben a cambio de qué lo ofrecen. Y saben el uso que quienes lo compran van a darle a lo que compran. Lo que se nos escapa es por qué o para qué están dispuestos a ofrecer algo tan “valioso” a cambio de algo aparentemente tan inasible y efímero como un like.
Si os cuesta empatizar con este o esta joven, os propongo que analicemos mi proprio producto por si os ayuda a comprender la desorbitante cotización de la atención en redes sociales. En mi caso yo veo una película y, si me encanta o me sugiere una reflexión profunda, la vuelvo a contemplar una o dos veces más, con muchas pausas de por medio para tomar notas. En los días sucesivos, desvío voluntaria e involuntariamente mi atención (y la de todos aquellos desafortunados que se cruzan en mi camino) de otros estímulos o reflexiones durante semanas enteras. Entre tanto y posteriormente, voy añadiendo a mis notas más y más apuntes. Recopilo bibliografía al respecto, indago en la web acerca de términos, conceptos, ideas y artículos que orbitan alrededor de la temática que a mí me ha sugerido la peli, así como de la propia peli en sí, el director y su filmografía previa, analizando aspectos comunes. Finalmente, me tomo mis buenas dosis de tiempo para sentarme a redactarlo todo, hilvanando todo bien para tratar de conferir al texto el sentido deseado. Tiempo aproximado: de 48 a 72 horas.
Si Carlos Fernández (el Sr. Director de Bandeja de Plata) me encargase este trabajo, por ser amigo mío, le cobraría una tarifa de no menos de 25 euros brutos la hora. Es decir, por esta reflexión completa Carlos debería abonarme entre 1.200 y 1.800 euros. Sin embargo, no solamente no le cobro, sino que hasta le estoy agradecido, pues él es una de las menos de 100 personas que se leen (y además disfrutan de) mis elucubraciones. Los de márketing manejan un término denominado CTR (Click Through Rate) o porcentaje de clics, para medir la efectividad de un banner o post en la red. En el caso de las Reflexiones de Película, llegar a cada uno de vosotros me cuesta en términos absolutos de 12 a 18 euros o media hora de mi vida por clic. Así que, si sientes la necesidad de traducir lo que significaría para mí en el mundo real que hayas llegado hasta este punto de la lectura de mi post, siempre puedes pensar que es como si nos hubiéramos visto media hora y te hubiese invitado a un café para charlar de Men, Women & Children. Después del tuyo aún me quedarían por tomar otros 99 cafés de media hora… Ahora bien, ¿qué significa para ti? ¿Cuánto tiempo me has dedicado hasta este momento? ¿Cuánto más estás dispuesta o dispuesto a dedicarme? ¿Estamos a la par? ¿Sales ganando tú o crees que salgo ganando yo…? Dicen que dos personas hacen un buen negocio cuando ambos sienten que han salido ganando después de la transacción. Yo sólo puedo hablar por mí, y te garantizo (a ti, sólo a ti, ahora que ninguno de los dos tiene su atención puesta en otra parte y compartimos esta forma de desnudarse que es el cavilar juntos) que aunque únicamente tú me prestases atención, ya tengo mucho más de lo que tenía cuando aún no sabía qué título le pondría a esta reflexión.
Así que antes de (o después de) preguntaros por qué colaboro con Bandeja de Plata o por qué un chico o una chica están dispuestos a poneros cachondos a cambio de atención, piensa por qué estarías tú dispuesta o dispuesto a prestarnos (a ellos o a mí) tu valioso, escasísimo e irrecuperable tiempo. ¿Acaso no tenemos nada mejor que hacer…? ¿Acaso no valoramos nuestra atención…? ¿Por qué lo hacemos? La respuesta a estas preguntas no es fácil. Pero es clave. Y, a mi juicio, el reto que plantea Jason Reitman con Men, Women & Children.
Los de la quinta del Voyager
vino al mundo un mes y medio más tarde de que, el 5 de septiembre de 1977, la NASA lanzase al espacio la sonda Voyager con destino desconocido. Yo, medio año después… ¿Y tú?
Precisamente, Men, Women & Children arranca con una secuencia de la nave espacial Voyager surcando los confines de nuestro sistema solar. Aunque la mayor parte de la raza humana no lo sepa, la Voyager es el artefacto a través del cual nuestra especie en su conjunto lleva 36 años tratando de llamar la atención a algún interlocutor extraterrestre, con el objetivo de iniciar la que promete ser la conversación más trascendental de nuestra historia, desde las que en su día mantuvieron Moisés y Mahoma con Iahvé y Alá respectivamente. Y aunque aún es pronto para saber si será un , en lo que sí parecía haber consenso entre Sagan y Spielberg es que, al objeto de garantizar la mayor probabilidad de que el mensaje, de ser recibido, sea interpretado de forma correcta, este debería expresarse en un lenguaje universal (nunca mejor dicho). Y, ¿acaso existe un lenguaje más universal que la música…?
Carl Sagan, que además de un gran astrónomo y mejor divulgador, era un melómano empedernido, seleccionó personalmente la única carga que la Voyager transportaría en su interior hasta los confines del universo: una gigantesca colección de discos de todos los estilos musicales de nuestro mundo, diseñados para reproducirse en el espacio durante mil millones de años, con el objetivo de proporcionar a una potencial vida extraterrestre, (que potencialmente tuviera un sistema auditivo y potencialmente tuviera una capacidad de raciocinio capaz de deducir qué demonios estaría escuchando), una idea de quienes somos nosotros, los humanos. Fue también idea del astrónomo norteamericano registrar, en esos discos de cobre bañados en oro para evitar la corrosión, saludos en 59 idiomas, el sonido de una ola rompiendo en mitad del océano, el viento ululando a través de un tronco hueco de roble, el canto de las ballenas, el latido de un corazón humano, o el sonido de un beso…
36 años más tarde, la sonda Voyager abandonó el sistema solar, concretamente el 27 de septiembre de 2013. Pero antes de internarse más allá de la órbita de Plutón, la sonda Voyager echó un último vistazo hacia atrás, y a 5.900km de la Tierra, hizo una foto en la que salíamos todos. Un selfie colectivo del tamaño de pixel. Una mota de polvo suspendida en un rayo de luz. (un punto azul pálido), como el mismo Carl Sagan predijo.
27 de septiembre de 2013, justamente la misma fecha en la que yo también abandonaba mi zona de confort y comenzaba a explorar esa zona mágica en la que pasan cosas: buenas y malas. Curiosamente a través de (antes solía decir por culpa de) Facebook y Gmail. Y tú, ¿qué hacías tú ese día, en el preciso momento en que la sonda espacial Voyager rebasaba el límite del sistema solar…? Piénsalo. ¿Quizás estabas trabajando en red o mantenías una videoconferencia por Skype?, ¿puede que te dedicaras a buscar un documento electrónico en el servidor de tu negocio o pareja en Meetic?, ¿a chatear por la intranet de tu corporación o por Whatsapp con algún amigo…? Lo mismo estabas compartiendo algo en Dropbox o en tu muro de Facebook, redactando un e-mail o una búsqueda en Google, echando una partida on line a un RPG multijugador, viendo el capítulo de una serie o una peli en streaming…, o todo ello a la vez. O sencillamente, como era el caso de Don Truby (uno de los protagonistas de Men, Women & Children, interpretado por Adam Sandler), masturbándote mientras visionaba porno en internet. Lo importante no es tanto dónde te hallabas físicamente, sino dónde se encontraba tu mente en ese preciso momento… Y con quién. Por mucho o por poco que nos fastidie reconocerlo, salvo que no trabajes delante de un PC o hayas renunciado a adoptar un smartphone en tu vida, que nos pasamos más de la mitad de nuestras horas de vigilia conectados, de una u otra manera, a internet.
Ah…, ¡ya sé! En el preciso momento que la sonda espacial Voyager abandonaba nuestro sistema solar, tú leías en Twitter: “¡En este preciso momento la sonda espacial Voyager abandona nuestro sistema solar!”. Y lo retuiteabas, ¿a que sí…? A mí me gusta pensar que por los azares de las redes, Jason Reitman llegó a recibir tu retuit y, celebrándolo como si de un anticipado regalo por su trigesimosexto cumpleaños se tratase, esto le inspiró de tal manera que su forma de agradecértelo fue provocándome a mí la necesidad imperiosa de ponerme a reflexionar sobre su cuarta entrega sobre su personalísima visión de los conflictos generacionales tras habernos obsequiado anteriormente con Thanks for Smoking (2005), Juno (2007) y Up in the Air (2009).
Cinco horas sin Facebook
Dos días después de estrenar los 36, Jason Reitman recibe un segundo regalo de cumpleaños muy especial: el lunes 21 de octubre de 2013, los más de mil millones de usuarios de Facebook (y el propio Reitman también) no tuvieron más remedio que velar el cadáver de su teléfono móvil. La popular red social parecía haber fallecido y, como le ocurriera a Carmen Sotillo en la incómoda (y por ello imprescindible) novela de Delibes, no les quedó más remedio que entonar un soliloquio reflexivo. Cinco horas enteras para hacer la raya y echar la cuenta: una oportunidad de oro para hacer balance de cómo los nuevos medios han cambiado para siempre nuestra forma, no sólo de comunicarnos con los demás, sino de concebir el mundo y nuestro futuro en él.
En mis fantasías, el director canadiense encuentra durante estas cinco horas la clave para su próxima película (que conste que todo esto me lo estoy inventando, ¿vale?): una apasionante distopía en la que Internet se “cae” y las personas han de reaprender a vivir sin ella. El argumento de este embrión de historia no radica tanto en vivir sin redes sociales on line (algunos de los que leáis esto aún recordaréis que nos las apañábamos…), sino en cómo seguir viviendo sin ellas. Es posible que sencillamente os encojáis de hombros y penséis: “pues a mí en realidad no me afectaría tanto…”. Si este es tu caso, te ruego que, durante la pausa para el café o el té, le dediques un par de minutos a reflexionar acerca de las implicaciones que este hecho tendría a todos los niveles.
Puede que a priori nos volquemos en el análisis de nuestras relaciones personales. Incluso que lleguemos a repensar cómo sería nuestro actual puesto de trabajo o negocio (y si existiría) de no contar con la web como base. Pero, ¿cómo afectaría este accidente a la percepción que tenemos del mundo? ¿A través de qué medios nos informaríamos? ¿Cómo sabríamos qué se lleva y qué no. -No solamente en nuestra ciudad o país, sino también en la otra punta del globo-? ¿Y a nivel político: Ganaría Podemos las elecciones sin la web… Lo habría hecho Syriza en Grecia…? Con todo un sistema económico y financiero basado en el Big Data, ¿la desaparición de los vínculos entre servidores que contienen información hasta de tu tránsito intestinal acaso no supondría el apocalipsis de los mercados y, por ende, de la civilización occidental? ¿Y, qué me dices de la geoestrategia si de pronto todas las potencias que del mundo son pierden las señales de sus respectivos satélites espía… Volveríamos tan ricamente a los tiempos del Hundir la Flota y del 2…? No olvidemos que la actual World Wide Web tiene su origen en el proyecto …
Todos enredados
Si eres lectora o lector de este blog seguramente tú también habrás lamido henchido de ilusión el dorso de un sello antes de estamparlo en el reverso del sobre de una carta de amor antes de echarlo al buzón antes de sentarte a esperar semanas enteras antes de que llegara una respuesta… Si es que llegaba.
Si eres lector o lectora de este blog seguramente tú también habrás acaparado durante horas seguidas la única línea de telefonía fija de tu casa que mediaba entre tus sentimientos susurrados y los susurrados sentimientos de esa otra persona que, a su vez también monopolizaba el terminal en su domicilio (cuando aún se denominaba auricular a una pieza de resina plástica de unos 300 gramos que colgaba de un cable siempre demasiado enrollado), sometiéndoos al escrutinio y poniendo a prueba la paciencia de vuestros respectivos padres… «Cuelga tú… No, no, cuelga tú… No, tú primero…».
Si sois lectores de este blog seguramente traten por activa y por pasiva de poneros a este (y no a ese otro lado) de la tan traída y tan llevada «brecha digital». Inmigrantes digitales os llamarán, para distinguiros de los nativos. Ya nos tocó soportar las etiquetas de Generación X, Y o Z… Millenials suena mucho más fashion, ¡donde va a parar! Y, sin embargo, no son más que eso, denominaciones que no sirven más que para constatar una vez más que los adultos que se las inventan desean poner la carga de la prueba sobre las nuevas camadas, (más dispuestas -dicen- a los cambios, aunque para ellos nada ha cambiado porque sencillamente este es su mundo, el único que ellos conocen), cuando de lo que en realidad de trata es de ocultar una mal asumida obsolescencia en cuanto a los formatos, los medios y los códigos imperantes.
El arquetipo del joven peligroso para sí mismo y para los demás no es nuevo. Desde la concepción del Émile de Rousseau como niño salvaje y bárbaro, distintos agentes y agencias públicas viven de ello. Probablemente ese interés y temor han contribuido a propagar visiones erróneas, como en el caso del término “nativo digital”, que poniendo el foco en las prácticas tecnológicas juveniles, tiene como efecto invisibilizar los elementos comunes que existen en esas mismas prácticas en adultos. Algo que en Men, Women & Children queda patente desde el minuto uno, dándonos a pensar qué será más peligroso: si las mencionadas prácticas tecnológicas juveniles o las constantes “bienintencionadas” incursiones de los papás en las interacciones on line de sus hijos.
Esta percepción y construcción, además de presentar una pretendida homogeneidad de los grupos de edad y de su pericia tecnológica, que no se corresponde con los resultados empíricos, corre el peligro de fabricar a la contra una ficción del adulto contemporáneo como más estable, más autónomo y menos creativo en sus usos y costumbres tecnológicos, obviando datos tan relevantes como que, por ejemplo, la mayoría de los productores de contenidos (posts en blogs, vídeos, fotos, comentarios, textos e informaciones en las distintas webs) son adultos mayores de 30 años, y que el film de Jason Reitman se encarga de desmontar sistemáticamente.
En mi humilde opinión, el doble mérito que atribuyo a Men, Women & Children es el haber puesto de manifiesto no sólo que, en lo que a Internet y las TIC se refiere estamos todos juntos en esto –en un indefinido proceso de aprendizaje de gestión tecnológico-emocional. También, y esto es a mi juicio lo más revelador (porque de evidente que es, resulta doloroso), que de la inmensa mayoría de lo que leen, escuchan, visualizan, aprenden, estimula y condiciona a los y las jóvenes de hoy en día, somos subsidiarios (y autores) los adultos. Y que nuestra responsabilidad no termina en el siempre ineficaz y paranoide control parental (aunque esto es un juicio de valor mío), sino en concienciarnos (como los adultos que se presupone que somos) definitivamente acerca de la impresionante arma de doble filo que tenemos entre manos y en cargarla no con balas para matar, sino, como cantan los chicos de CheSudaka en su tema , con balas de amistad, balas de justicia, que a las almas de todos llegarán.
El medio es el mensaje
Los y las jóvenes protagonistas de Men, Women & Children, al igual que nosotros, al igual que nuestros padres y al igual que nuestros abuelos (y así podríamos seguir hasta recluirnos de nuevo en las Cuevas de Altamira) hacen las mismas cosas que se hacían sin ordenadores, teléfonos móviles y resto de TIC: charlan con los amigos, quedan, se informan, ligan, coordinan sus actividades cotidianas, felicitan, solicitan y ofrecen ayuda, chismorrean, propagan rumores, acosan, juegan, leen, escuchan música, consumen pornografía, etc. Lo que ocurre es que, al participar estos dispositivos digitales en esas acciones, cambian las maneras, los tiempos, los espacios, los gestos, las normas de etiqueta, las expectativas y los significados.
Las mediaciones digitales son en realidad, como señalaron en 2000, formas de remediación: de volver a mediar interacciones prácticas, formas de comunicación que ya estaban siendo mediadas. En primer lugar no deberíamos olvidar que la comunicación siempre está mediada. Y tratar de defender que haya habido una época libre de mediadores es un error o una falsedad -dependiendo del grado de consciencia que se tenga de tal afirmación en el momento en que se plantee o se exprese-. No sólo existen las mediaciones tecnológicas: el lenguaje, la escritura, la palabra, los acentos, la vestimenta, el peinado, el maquillaje…, son formas de mediación que movilizan múltiples significados e interpretaciones. La noción de remediación se refiere, entre otros elementos, a los modos en los que una mediación tecnológicamente retoma, traduce e incorpora las anteriores mediaciones: las llamadas de móvil o los e-mails, por ejemplo, pueden remediar rituales de cortejo encarnados previamente en las llamadas de fijo a fijo y en las cartas de amor.
Pero, además, -y de aquí la vital importancia de la constante alfabetización digital-, cada nuevo medio, no sólo remedia otro anterior, sino que también incorpora en sí mismo y redefine las connotaciones del mensaje por el mero hecho de haber sido empleado. Me explico: sucede que los correos electrónicos, por ejemplo, al tiempo que facilitan una comunicación asincrónica más rápida que las cartas, son menos raudos que un whatsapp o una llamada al móvil. Ahora bien, que nuestra comunicación a través de las TIC sea eficaz (y por eficaz hemos de entender no sólo que el mensaje sea recibido, sino que también sea interpretado lo más exactamente a como deseamos nosotros que se haga), depende en un porcentaje altísimo de que seamos capaces de seleccionar correctamente el medio para emitirlo. De modo que, antes de entrar a valorar el contenido mismo del mensaje, hemos de dilucidar si no estaremos conculcando las normas tácitas de protocolo que, en torno a las TIC se van creando y modificando día a día, hasta el punto de ser considerados invasivos, rudos e incluso agresivos, por el mero hecho de expresarnos por esta y no por aquella otra vía. Por lo que aquella máxima de (padre del concepto de la Galaxia Gutenberg o Aldea Global) “el medio es el mensaje”, cobra hoy más significado que nunca. Ya que los factores que configuran la idoneidad de unos medios frente a otros son tan complejos, tan sutiles, tan cambiante la naturaleza de los vínculos con otras personas y colectivos en el entorno de las TIC, que requieren una alfabetización digital constante. Lo que pone de manifiesto que ni adolescentes ni jóvenes son nativos digitales, ni sus prácticas son el resultado de formas de determinismo tecnológico.
Seres conversacionales
“Los seres humanos nos constituimos en el tipo particular de ser que somos a través del diálogo. Somos seres conversacionales. Y son las conversaciones que mantenemos a lo largo de nuestra vida las que constituyen las bases de cómo somos y delinean nuestra particular forma de ser. En otras palabras, nuestra alma. Y el lenguaje, como sustento de nuestras conversaciones, la clave para desentrañar los misterios de esa sustancia humana. En tales conversaciones está el secreto de mucho de los que sobre nosotros pareciera desconcertarnos o sorprendernos. Muchas de nuestras incógnitas tienden a resolverse cuando profundizamos en nuestras conversaciones”.
Cuando leo estas palabras de Rafael Echevarría, uno de los padres del coaching ontológico, en relación al tema que nos ocupa, lo primero que me viene a la cabeza es que la mayor parte de mis conversaciones (quizás también las vuestras) se desarrollan en alguna red social. Lo siguiente que pienso es: ¿desde hace cuánto…? Así que tiro de histórico de Facebook, de Whatsapp, de correos electrónicos, tweets, chats, etc., y no os creáis que flipo tanto constatando que llevo casi una década imprimiendo caracter a caracter mi alma en la red, sino y sobre todo, al reparar que con la cantidad de información sobre mí mismo lanzada al hiperespacio, tendría literatura como para otros diez años. Pero la cosa no queda ahí… Sé que esto es jugar con ventaja, pero no deja de ser alucinantemente esclarecedor cómo, incluso sin saber lo que hoy sé sobre mí mismo, se podría deducir no sólo absolutamente todo lo que me gusta o me disgusta, sino (y esto es lo más heavy) cuáles podrían ser con toda probabilidad mis patrones de comportamiento en meses y años sucesivos.
Estoy seguro de que esta es exactamente la misma línea de argumentación que siguió en su día el guionista del : Be Right Back. ¿Sabéis de cuál os hablo…? Sí, de aquel en el que la protagonista pierde a su novio, un chico enganchado a las redes sociales como cualquiera de nosotros, en un momento delicado de su vida; está esperando su primera hija. El vacío y la soledad de su vida le harán seguir el consejo de una amiga: utilizar una macabra aplicación que te permite simular que tu relación con el difunto sigue igual que antes, pero a través de las redes sociales. Esta aplicación se dedica a recopilar toda la información que hay en la red sobre su novio, poniendo especial atención en su tipo de comentarios, sus gustos, etc. La cosa comienza como un simple intercambio de “WhatsApps”, va un poco más allá cuando una simulación de voz permite a la prota hablar con él por el iPhone y pasarle fotos de su ecografía. Sin embargo, la perdición llega cuando accede a suscribir un servicio que está en fase experimental…
Lo que os quiero decir, amigos, es que leyendo mi propio historial en redes sociales me he percatado de que la teoría de las propugnada Robert K. Merton es absolutamente cierta. El concepto de profecía que se autorrealiza deriva del , que dice que: Si una situación es definida como real, esa situación tiene efectos reales. En otras palabras, la gente no reacciona simplemente a cómo son las situaciones, sino también, y principalmente, a la manera en que perciben tales situaciones, y al significado que le dan a las mismas. “Les dije a todos que lo hice y ellos lo creen –dice Hannah Clint, en una secuencia crucial de Men, Women & Children, a Chris Truby-, así que lo hice”. Lo que la quinceañera Hannah pretende comunicarle al quinceañero Chris es que, aunque a Chris no se le levante (porque de tanto hacerse pajas visualizando porno duro on line, las experiencias sexuales reales no le motivan), ahora todo el mundo cree que ellos dos son unos pioneros en la cama porque Hannah así se lo ha hecho saber a sus amigas por chat, y la noticia ha corrido como la pólvora por los pasillos del instituto. No de boca en boca, sino de móvil en móvil.
A los que os queráis escudar en el ejemplo anterior para refutar vuestra teoría de que en redes sociales nos mostramos como nos gustaría que nos vieran y no como somos en realidad, quizás queráis leer el , que demuestra no sólo que la personalidad de alguien se puede establecer analizando las cosas que comparte y dice que le gustan en redes sociales, dando una imagen exacta de cómo es, sino que ésta imagen es incluso más exacta y más próxima a la realidad de la que tienen los propios familiares y amigos de esa persona. No en vano, el estudio fue bautizado como “facebook-data-know-you-better-than-your-own-mother”. Como colofón sólo mencionaré el hecho de que los datos sobre los sujetos que se presentaron voluntariamente al estudio, permitieron establecer ciertas relaciones de causa-efecto verdaderamente asombrosas. En otras palabras, ante determinados estímulos, Facebook sabía cómo iban a reaccionar.
No os cuento todo esto para asustaros o enfureceros contra Mark Zuckeberg, sino para apoyar mi siguiente tesis y que en el fondo creo (y digo esto henchido de orgullo) que es la misma que defienden Jason Reitman con su Men, Women & Children y Carl Sagan con su mensaje musical y ese selfie póstumo que encargó que nos hicieran a todos cuando la Voyager abandonase nuestro sistema solar: que el lenguaje crea identidades, que el lenguaje forja relaciones, que el lenguaje establece compromisos, que el lenguaje provoca posibilidades, que el lenguaje posibilita futuros diferentes y que el lenguaje genera, por último, mundos distintos.
El mundo en que hoy vivimos es la expresión de nuestra historia de conversaciones. Si la imprenta posibilitó por primera vez en la historia de la humanidad la generación masiva de mensajes unidireccionales, abriendo la puerta a una retroalimentación y empatías limitadas pero desconocidas hasta el momento, hasta que se invente la telepatía, Internet supone y supondrá la posibilidad más elevada de bidireccionalidad, retroalimentación y empatía conocidas por el hombre en sus 150 mil años de historia. Nos estamos aproximando, nos guste o no, a pasos agigantados a la desnudez del alma humana. Ya no hay dónde ocultarse. Pero la buena noticia es que ya no existe tanta necesidad de esconderse. Y, por lo que reflejan estudios como el llevado a cabo por el Centro Reina Sofía ( – Más que recomendable, de veras) la tendencia es hacia un entorno de sana transparencia, hacia un espacio común de intimidades compartidas (ese ir por la vida como en pijama) donde la desinhibición y el exorcismo de miedos absurdos son recompensados con los índices de empatía más elevados que jamás se han podido sentir por seres físicamente tan distantes los unos de los otros.
Hoy, como nunca antes –parecieran querer deciros Reitman, Sagan y un servidor-, tenemos la oportunidad única de mantener una conversación universal (ponedle música si queréis) capaz de generar un mundo distinto. Un mensaje que nos incite a ser más bondadosos entre nosotros mismos y a preservar el punto azul pálido que, suspendido en un rayo de sol, nos contiene a todos. El único hogar que hemos conocido. Hoy, como nunca antes en la historia de la humanidad, tenemos la oportunidad única de que este mensaje despierte, capte y mantenga la atención de 6 mil millones de personas. ¿Te imaginas que todas le diesen al like…?
Rubén Chacón Sanchidrián (@vidaesjuego)
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