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64 edición del Festival internacional de cine de San Sebastián (Crónicas del 16 y 17 de septiembre)

En su discurso de apertura, el director del festival Jose Luis Rebordinos pidió tres deseos para la presente edición: una numerosa venta de entradas, que las plazas hoteleras dieran respuesta a la gran demanda y buen tiempo. El primero se da por supuesto en el que hoy por hoy es el festival de cine con mayor afluencia de público a las salas, el segundo se cumplirá en un plazo de cinco años con el plan estratégico que dotará a la ciudad de doce nuevos hoteles rompiendo el corsé que ha impedido un mayor crecimiento al certamen, y el último fue el tercero en discordia. Al buen tiempo ni se le ha visto ni se le espera en un Zinemaldia de alfombras rojas empapadas y vallas publicitarias arrancadas por el viento, cuya única nota discordante no ha sido la lluvia. Una película inaugural anodina (cuya reseña se presenta a continuación) en una gala salpicada de imprevistos y en la que destacaron las maravillosas palabras de Bertrand Tavernier, daba el pistoletazo de salida a la semana española de cine por excelencia, con una sección oficial que, entre la fuerte presencia de cine nacional y las ya habituales producciones asiáticas, nos trae el estreno de Ewan McGregor detrás de la cámara y el nuevo y esperado trabajo de J. A. Bayona.

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El sábado por la mañana, con el ánimo aun avivado por la fiesta de la noche anterior, se le hizo entrega del premio nacional de cinematografía a una Ángela Molina emocionada y emocionante, que en su discurso le dedicó el galardón «a mis padres que, con su amor, hicieron que no distinguiera la vida del amor». Tras la jornada, impulsada por la expectación que precedía al primer pase de El hombre de las mil caras, llegaba la noche, y con ella un Ethan Hawke exultante que recogía el premio Donostia reivindicando el arte en todas sus facetas y presentando la nueva versión del clásico “Los 7 magníficos”.

La fille de Brest (Sección oficial), por José Félix Collazos

Emmanuelle Bercot –actriz galardonada con el premio a la mejor interpretación en Cannes 2015 por Mon Roi y ocasional realizadora– ha sido la elegida para abrir la sección oficial con una cinta que ilustra la desigual lucha de una médico de provincias contra un gigante farmacéutico. Película excesiva como su protagonista, su tratamiento visual –conservador y convencional para una historia a priori progresista– sorprende tanto por su obviedad (los planos de quirófano y la secuencia de la autopsia son gratuitos y prescindibles) como por su elección para inaugurar el festival, más allá de la particularidad de ser la única propuesta a concurso realizada por una mujer; una realizadora que, definitivamente, desconoce el fuera de campo.

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El hombre de las mil caras (Sección oficial), por Mateo Sánchez Martínez

El sevillano Alberto Rodríguez vuelve a la carga tras el éxito de La isla mínima con una cinta basada en la historia del hombre que engaño a todo un país. Producción de alto nivel rodada en Madrid, Paris, Ginebra y Singapur; El hombre de las mil caras es un derroche de estilo y de profesionalidad tras la cámara, en el que la elegancia está presente hasta para engañar al espectador. Un thriller de corte clásico que se mueve entre la comedia y el suspense, quizás excesivamente reiterativo pero satisfactorio y potente en su dramatización de la realidad. Deja muy buen sabor de boca e invita a repetir. A pesar de su cálido recibimiento en el festival encontrará en la también española Que dios nos perdone a una casi imbatible competidora en su carrera hacia la Concha de Oro.

Cartel y fotos de  El hombre de las mil caras

Los 7 magníficos (Proyección especial fuera de concurso con motivo del premio Donostia a Ethan Hawke), por José Félix Collazos

El enésimo remake innecesario de un clásico, programado con motivo de la concesión del premio Donostia a Ethan Hawke. Bajo la débil coartada del multiculturalismo, la puesta al día que hace Fuqua del western de Jonh Sturges no puede ocultar sus motivos crematísticos y la sequía creativa de una industria empeñada en resucitar viejos éxitos. Rodada de forma ampulosa, el tramo final de la película es una ruidosa balacera en la que, paradójicamente, se escucha más la música de James Horner que las múltiples detonaciones.

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The Oath (Sección oficial), por Mateo Sánchez Martínez

Con los espectaculares paisajes nórdicos como telón de fondo, el realizador islandés Baltasar Kormakur construye una historia de venganza entretenida pero convencional, en la que difícilmente se puede encontrar una excusa que justifique su presencia en la sección oficial de esta edición. Mientras un padre ejemplar se enfrenta al problemático novio de su hija Kormakur se esfuerza por hacer lo propio con la indiferencia del público, dando forma a una cinta prescindible que en su falta de riesgo encontrará tanto una aceptación generalizada como un rápido olvido.

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La vida es nuestra (La vie est à nous, Ciclo Jacques Becker), por José Félix Collazos

Ejemplo del poder de comunicación y transformación del cine, la cinta que ha inaugurado el ciclo de Jaques Becker es un interesante y poco conocido documento propagandístico realizado colectivamente por un grupo de notables intelectuales y artistas para el Partido Comunista Francés. Además del titular del ciclo, Jean Renoir y Henri Cartier-Bresson, entre otros, se unieron para realizar una cinta que, ya en su momento, mezclaba ficción y documental para presentar un mundo nuevo sobre los ideales de justicia social y hermandad. Realizada en 1936, en contraposición y no muy lejos de ellos, Leni Riefenstahl cambiaba para siempre las formas del documental con sus deslumbrantes trabajos para el Tercer Reich.

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The Giant (Sección oficial), por Mateo Sánchez Martínez

Singular ópera prima sueca sobre un autista con deformidades que busca reencontrarse con su madre a través de un campeonato de petanca. La narración abre con pinceladas del Dogma 95 más crudo, rápidamente disueltas tras la aparición de un gigante de 60 metros que en sus intermitentes manifestaciones va llevando la trama desde este realismo casi documental hasta la tragedia fantástica más insólita. Johannes Nyholm huye de cualquier tipo de contención hasta el límite de la vulgaridad en esta irreverente metáfora de superación personal que ha sido recibida en Donostia con tímidos aplausos. Película esperpéntica donde las haya cuya exagerada reiteración dramática llega a rozar la comedia involuntaria en más de una ocasión.

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