Crónica desde el Festival de Cine de san Sebastián 2020
La 68ª edición del Festival de Cine de San Sebastián pasará a la historia del certamen como un triunfo de la voluntad de su equipo organizador por abrirse paso ante las dificultades que la pandemia ha añadido a un sector –el cinematográfico– siempre enfrentado a nuevos retos de transformación. Pero también por la calidad y el rigor de sus propuestas en una selección que quedará entre las mejores, quizás beneficiada por la participación de obras con el label Cannes que no competir en el festival francés. En cualquier caso, este factor no explica por si misma la alta calidad de las obras proyectadas en un año en el que es de justicia destacar la modélica organización por parte de todo el equipo que trabaja para el Zinemaldia, un triunfo colectivo y transversal que hizo posible una excepcional edición y no exclusivamente por las condiciones en las que tuvo que desarrollarse. Esta crónica, no rigurosamente cronológica pero que si atiende al orden en que fueron presentadas las obras en la semana larga que dura el festival donostiarra, recoge algo de transversalidad también en el sentido de que, aún articulándose en la espina dorsal que es la sección oficial competitiva, se abre a miradas oblicuas hacia otras propuestas que habitaron las secciones “paralelas” –de trayectoria asentada– y en las que se descubren propuestas de interés y calidad, más allá de la “garantía” que supone “Perlak”.
El pistoletazo de salida lo dio Rifkin’s Festival (S.O. fuera de concurso. Woody Allen, 2020). La nueva película del maestro neoyorkino que rodó el pasado año en la capital guipuzcoana resultó un balsámico comienzo con sus coloristas imágenes –a cargo de Vittorio Storaro– y ese humor cargado de existencialismo que recorre toda la obra de Allen. Esta nueva entrega de las “películas postal” que el autor lleva rodando los últimos años se enriquece con citas cinéfilas y algún dardo hacia la crítica para acabar componiendo un divertimento juguetón tan disfrutable como alejado de sus obras más trascendentes. Este primer fin de semana acogió la maratoniana proyección de Patria (S.O. proyección especial. Félix Viscarret, Óscar Pedraza, 2020), la serie que Aitor Gabilondo ha creado para HBO y que adapta la exitosa novela de Fernando Aramburu de manera casi literal con su estructura con saltos temporales. Un trabajo eficaz y honesto, que da voz a las diferentes partes del conflicto sin ser necesariamente equidistante y en el que destaca el trabajo de los intérpretes liderados por las inconmensurables Elena Irureta y Ane Gabarain en los roles protagonistas. El director de “Good Bye, Dragon Inn” presentó Rizi / Days (Zabaltegi-Tabakalera. Tsai Ming-liang, 2020), otro trabajo minimalista del taiwanés que narra una arrebatadora historia de amor –y soledad– sin diálogos con su personal uso del tiempo fílmico. Una lírica y trágica crónica del aislamiento en las urbes. Visión nocturna (Horizontes latinos. Carolina Moscoso, 2019) es una opera prima que indaga en la posibilidad de registrar en lo cotidiano las huellas de un suceso traumático (la agresión sexual que la propia directora sufrió tiempo atrás) con un enfoque personal pero que se percibe arbitrario en su desarrollo.
La nueva obra del director de documentales musicales Julian Temple Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan (S.O., 2020) recibió el Premio Especial del Jurado por su recreación de la vida y obra del líder del grupo The Pogues. Una apuesta enriquecida por el contexto, llena de imágenes de archivo sobre la historia de Irlanda que incluye animación y entrevistas para dar testimonio de la catarsis de un autor y un pueblo capaz de elevarse ante todo tipo de dificultades. Su vibrante montaje hace del documental una experiencia tan trepidante como disfrutable. Akelarre (S.O. Pablo Agüero, 2020) fue una de las participantes españolas en la sección competitiva. La propuesta del director argentino es una coproducción ambientada en los tiempos de la inquisición en el País Vasco con reminiscencias feministas y un marcado acento formalista pero esta fábula de terror sobre la caza de brujas no acaba de encontrar en su desarrollo el tono necesario para conducir la película hasta su sugerente plano final. Y hablando de finales, uno de los momentos más disfrutables vino de la mano del baile de Mads Mikkelsen (Concha de Plata a la mejor interpretación masculina junto a sus compañeros de reparto) que cierra Druk / Another Round (S.O. Thomas Vinterberg, 2020). Un film escurridizo sobre el espinoso tema del consumo de alcohol en las sociedades escandinavas perfectamente extrapolable a cualquier geografía. Una tragicomedia lo suficientemente ambigua para ofrecer múltiples lecturas. Passion Simple (S.O. Danielle Arbid, 2020) también huye de las respuestas fáciles para contar una turbia historia de pasión autodestructiva. La cinta, (con la etiqueta “Cannes 2020) no dejó indiferente a nadie con su audaz y perturbadora puesta en escena sobre los mecanismos del deseo y sus consecuencias.
Ane (Nuevos directores. David Pérez Sañudo, 2020) fue una de las sorpresas del festival. Esta cinta pequeña, rodada en euskera, nos traslada a un pasado reciente en las calles de Euskadi para contar las consecuencias de la “kale borroka” sobre un contexto familiar lleno de naturalismo y veracidad. Solvente en lo visual y arriesgada al presentar las variadas aristas de un conflicto, en la película destacan las interpretaciones de sus protagonistas Jone Laspiur y, sobre todo, la sólida Patricia López Arnaiz. Nakuko wa ineega / Any Crybabies Around? (S.O. Takuma Satô, 2020), la representante japonesa a competición también es un áspero drama familiar sobre la paternidad, sus responsabilidades y el proceso de maduración. Su narración circular entre dos celebraciones de “Namahage” (rito tradicional japonés en el que hombres disfrazados visitan a los niños del lugar) está contada con una solvente factura que la hizo merecedora de la Concha de Plata a la mejor fotografía, pero este relato triste sobre un proceso de decadencia y aislamiento hubiera necesitado algo más de empatía sobre su protagonista. Con El gran Fellove (S.O. proyección especial. Matt Dillon, 2020) llegó el segundo documental musical a la sección oficial también impulsado por otro actor (Johnny Deep es el productor de la película de Julian Temple). Con una estructura impresionista, muy acorde a la música que acompaña las imágenes, Dillon entrega un retrato del influyente y desconocido cantante cubano Franscisco Fellowe y la pléyade de autores emigrados del jazz cubano durante la década de los 50. La caótica grabación de su último disco (todavía inédito) es la columna vertebral de esta “sesión” que recupera del “malditismo” un personaje fascinante. La última primavera (Nuevos directores. Isabel Lamberti, 2020) se hizo merecedora del Premio Nuevos Directores con su naturalista mirada sobre una familia de la Cañada Real y su melancolía ante el desarraigo de tener que abandonar su vivienda para ser reubicados. Con actores no profesionales, esta propuesta fronteriza entre la ficción y el documental se percibe como una alumna aventajada de la obra Isaki Lacuesta ya galardonada anteriormente en el Zinemaldia.
El Drogas (Zinemira. Nacho Leuza, 2020) que repasa la trayectoria de Enrique Villareal (cantante de “Barricada”) fue la propuesta musical de la sección que aglutina la obra de creadores locales. Sus interesantes y rítmicas primeras imágenes que contextualizan la juventud del músico dan paso a una serie de testimonios, más mecánicos, entre los que se echa en falta la participación de otros integrantes de la histórica banda navarra. Sutemose / In the Dusk (S.O. Šarūnas Bartas, 2019) es el nuevo film del autor lituano Bartas, una presencia habitual en festivales. Su propuesta, aunque ignorada en el Palmarés, es un irrenunciable ejercicio de cine de autor, con una primera mitad claustrofóbica, llena de atmósfera, que pierde fuerza cuando la cámara abandona el malsano ambiente que preside el caserón en el que habitan sus protagonistas. Con todo, la elegancia visual de sus encuadres y su personal tempo para construir el conflicto están entre algunos de los mejores momentos de esta edición. La austeridad emocional atraviesa toda la película Never Rarely Sometimes Always (Perlak. Eliza Hittman, 2020) un delicado acercamiento a la adolescencia a través de una joven que abandona su pequeña ciudad de provincias para practicar una interrupción de embarazo en Nueva York. Su sensibilidad, lejos de esquematismos y golpes dramáticos, articula este desgarrado retrato sobre una realidad doliente. El autor de La vida y nada más (presentada en la edición de 2017) volvió al festival con Courtroom 3H (S.O. Antonio Méndez Esparza, 2020), documental también sobre menores (en este caso fuera de campo) que registra la actividad del Tribunal de Familia Unificado de Tallahasee (Florida). El espectador es invitado a observar, privilegiadamente, un sistema con sus fallas pero la fragmentación de los casos presentados resta cierta fuerza a una propuesta que, aunque llena de veracidad, hubiera necesitado más contundencia.
Con Supernova (S.O. Harry Macqueen, 2020) llegó el drama clásico al festival, una obra eficazmente rodada, con una buena gradación sentimental y extraordinariamente interpretada por Colin Firth y Stanley Tucci. La composición que estos dos interpretes hacen de una pareja madura que tienen que enfrentarse a un último viaje ante la enfermedad degenerativa de uno de ellos es capaz de ocultar las carencias de un guion que, aunque plantea urgentes cuestiones como la libertad de elecciones al final de la vida, transita a menudo por lugares comunes. Originalidad, sin embargo, no le falta a Las mil y una (Horizontes latinos. Clarisa Navas, 2020) a la hora de abordar la diversidad que habita en el barrio “Las mil viviendas” de Corrientes (Argentina) y que la directora conoce de primera mano. Su obra, que abrió la sección Panorama del Festival de Berlín es una recreación de sus recuerdos y su generación en un mundo a punto de desaparecer. Mas desactualizada se percibe la mirada de Garrel en Le sel des larmes (Zabaltegi-Tabakalera. Philippe Garrel, 2020) a pesar de contar con Jean-Claude Carrière en el guion de su última realización. A pesar de la delicadeza y sencillez con la que aborda esta historia romántica sobre las tribulaciones sentimentales de un joven carpintero de provincias en París hay un aroma rancio y sexista flotando en una película que hubiera hecho más disfrutable su fino estudio de personajes. Beginning (S.O. Dea Kulumbegashvili, 2020), fue la gran triunfadora de esta edición al concentrar hasta 4 galardones del jurado oficial incluyendo la Concha de Oro a la mejor película. La muy áspera propuesta georgiana nos descubre a una cineasta con voz propia cercana a los postulados del llamado “cine de la crueldad”. Su rocosa puesta en escena no da un respiro al denunciar el papel de las mujeres en ciertos entornos religiosos e incluye una secuencia profundamente controvertida. Sin duda uno de los trabajos más personales de los vistos en San Sebastián.
Una de las propuestas latinoamericanas más destacadas fue sin duda la ganadora de la sección que el festival dedica a este cine: Sin señas particulares (Horizontes latinos. Fernanda Valadez, 2020) es un debut destacado, con estilo y notable capacidad para los encuadres, que vuelve sobre la indefensión y la cara siniestra de la migración ilegal a los dos lados de la frontera mexicano-estadounidense. También la denuncia y la lucha contra la desmemoria habitan las imágenes de Non dago Mikel? (Zinemira. Amaia Merino, Miguel Ángel Llamas, 2020) el documental que transita entre el presente y 1985 para intentar esclarecer las circunstancias de la desaparición y muerte de Mikel Zabalza, el joven navarro confundido con un militante de ETA y detenido que apareció muerto días después en el rio Bidasoa. Un oscuro episodio sobre las cloacas del Estado por el que nadie ha sido juzgado y que cumple ahora 25 años. La malograda Wuhai (S.O. Zhou Ziyang, 2020) desaprovecha su prometedor punto de partida sobre la diferencia de clases y la violenta irrupción del capitalismo en China con una sucesión de arbitrarias desgracias acumulativas sobre su protagonista, mostrado como un títere de las circunstancias sin posibilidad de redención. Sin embargo, el humanista Mortensen apela a la empatía y la aceptación del contrario (hasta extremos cercanos a la resignación) como formula para restañar heridas en su drama familiar Falling (Proyección especial Premio Donostia. Viggo Mortensen, 2020); una indisimulada metáfora sobre la fractura en su país de origen en la que destaca un hiperbólico Lance Henriksen. Su trabajo como el incorrecto, machista y homófobo padre del director en la ficción es una interpretación intensa, aunque sin matices, incapaz de dejar indiferente a nadie por todo lo que significa.
Kawase, otra habitual del certamen, volvió con su película más asequible hasta la fecha. Asa ga kuru / True Mothers (S.O. Naomi Kawase, 2020) es una reflexión sobre la maternidad preñada de imágenes sobre la naturaleza que se han convertido en la seña de identidad de la autora japonesa. Continúan intactas su delicadeza para abordar dramas y una búsqueda de cierto preciosismo en una fórmula que, aunque estimable, comienza a revelar síntomas de agotamiento. También retornó al festival el kazajo Yerzhanov, autor de la insólita e inclasificable A Dark-Dark Man una de las grandes sorpresas de 2019. Zheltaya koshka / Yellow Cat (Zabaltegi-Tabakalera. Adilkhan Yerzhanov, 2020) le confirma como una de las voces más originales del panorama cinematográfico actual. Una voz que no renuncia a subvertir todos los códigos del cine de género para construir obras llenas de seductor extrañamiento. Domangchin Yeoja / The Woman Who Ran (Zabaltegi-Tabakalera. Hong Sang-soo, 2020) es la nueva propuesta del maestro Sang-soo. Una nueva entrega de sus minimalistas indagaciones sobre la condición humana y las relaciones que entretejemos. Otra delicada pieza de artesanía, deliciosa y cautivadora. La sorpresa, literal, vino con Sportin’ Life (Proyección especial, película sorpresa. Abel Ferrara, 2020) un enloquecido, caótico y divertido documental con el que Ferrara hace un urgente diagnóstico sobre la sociedad actual. Para Trueba fue el honor de cerrar una de las mejores secciones oficiales de los últimos años con una obra por debajo de lo presentado y su propia filmografía: El olvido que seremos (S.O. fuera de concurso. Fernando Trueba, 2020). Su acercamiento a la figura de Abad Gómez es eficaz en términos narrativos e incluso consigue emocionar por momentos pero no transciende el buen oficio y edulcora a ratos el sensible retrato que Javier Cámara hace del incansable luchador por los derechos humanos.
José Félix Collazos