Crónica desde el Festival de Cine San Sebastián 2019 (27 de septiembre)
En esta tercera jornada en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, he tenido la ocasión de recuperar una de las grandes candidatas a los premios gordos de la sección oficial (La hija de un ladrón) así como de disfrutar de las nuevas películas de autores ya consagrados (Takashi Miike con First Love, Kantemir Balagov con Beanpole y Diao Yinan con The Wild Goose Lake) y otros que comienzan su andadura en esto del cine (Armando Capo con su Agosto). El balance ha sido de lo más estimulante:
Agosto (horizontes latinos)
Película cubana dirigida por Armando Capo que retrata la vida de un adolescente durante el verano de 1994 en pleno Periodo Especial: una de las mayores crisis del país durante la que centenares de balseros trataban de llegar a Miami de manera ilegal y sin la certeza de poder sobrevivir en el intento. Agosto es una de esas películas sin grandes pericias argumentales que recogen el ambiente de un momento concreto: justo después de la finalización del curso escolar. A través de unos ojos inocentes y ajenos a la situación política del país, observamos las relaciones familiares y asistimos al despertar sexual de Carlos en unas circunstancias atípicas. De esta manera, el contexto propicia una narración bien distinta sobre una etapa vital que el cine suele reflejar sin unos condicionamientos tan políticamente explícitos. Sin embargo, la vida sigue y la cámara de Capo lo refleja con toda la ternura y naturalidad que las circunstancias permiten. Sabor amargo para una narración de tono tan sensible como crítico.
Una gran mujer (Beanpole) (Perlas)
Dejando atrás la violencia física de Tesnota, Kantemir Balagov permanece en la crudeza de su registro para narrar una historia de gran violencia emocional. Las imágenes del director ruso nos llevan al límite de nuestra tolerancia sensorial en esta relación entre dos mujeres en la Rusia posterior a la II Guerra Mundial. Ligeramente lastrada por un planteamiento un tanto prolongado, a la narración le cuesta entrar en calor hasta que quedan definidos sus dos personajes principales y se perfila la dependencia obsesiva que rige su relación, así como la atmósfera que construyen a su alrededor para diseñar una nueva vida acorde con sus necesidades. Cobra especial importancia la propuesta cromática del film, basada en verdes y rojos para sus interiores opresivos y blancos en los escasos exteriores que ocasionalmente conceden un respiro a la narración. De esta manera, asistimos a una película de intenciones perversas y trazos maquiavélicos, que sumen al espectador en el desasosiego más absoluto.
First Love (Zabaltegi)
Takashi Miike vuelve a la carga con un drama romántico de acción que combina géneros sin el más mínimo recato. No es de extrañar que esta nueva propuesta esté plagada de giros de guion, secuencias espectaculares, mucha sangre y un puñado de personajes a cada cual más esperpéntico. El resultado es un desmadre narrativo de primer orden que agotará la atención del espectador poco dispuesto a los habituales caprichos del director nipón. Miike enarbola la bandera de la hipertrofia y se abandona a sus tendencias extremas para contar una historia de amor improbable e increíble: sin comerlo ni beberlo, dos jóvenes se conocen en mitad de una trama mafiosa y logran superar sus traumas personales a golpe de puño y persecuciones.
La hija de un ladrón (sección oficial)
Potentísimo debut de Belén Funes detrás de las cámaras, en el que se aprecian las enseñanzas bien aprendidas del libro de estilo de los hermanos Dardenne: desde la selección temática (Rosetta, Dos días una noche) hasta algunos detalles formales como esa cámara a las espaldas de la protagonista, que parece señalar el desgaste emocional que sostienen sus hombros. Sin embargo, la directora demuestra personalidad propia tanto en la dirección de actores como en la imposición del ritmo narrativo. En el aspecto interpretativo, todo elogio es insuficiente para describir el monumental trabajo de una Greta Fernández que domina la película con su mirada, su magnetismo personal y su lenguaje corporal. Tampoco es despreciable la escritura de Belén Funes y Marçal Cebrian, muy precisa en la descripción de detalles que dan verosimilitud al conjunto y confiada en la decisión de privar al espectador de información relevante sobre el pasado de los personajes. Horas después de terminar la película, perdura el poso emocional de esta historia paternofilial y se confirma el poder sugestivo de lo que no se dice. Cuando la soledad escoge una presa no la suelta hasta encontrar un bocado más apetitoso. No sería de extrañar que esta propuesta se alzara con uno de los premios gordos del festival.
The Wild Goose Lake (Zabaltegi)
Cinco años después de la magnífica Black Coal, Diao Yinan regresa a la dirección con otro ejercicio de género al que imprime su sello particular: entre otros particulares, el empleo físico de la violencia y de un sentido del humor en momentos imprevisibles. Una vez mas, lo que en sus primeros compases parece un noir al estilo clásico, se transforma a medida que transcurren los minutos en un híbrido excéntrico. Asimismo, hipnotiza la maestría del cineasta chino a la hora de perfilar sus personajes y de desarrollar sus secuencias. Con un exquisito cuidado en la construcción de la atmósfera y en el marcaje del tempo narrativo, The Wild Goose Lake relata la historia de un gángster con las horas contadas, que pretende programar su detención para garantizar la obtención del precio por su cabeza a su exmujer e hijo. Sin llegar a recurrir a un tono onírico, en ocasiones la película deriva en pasajes impropios del realismo convencional y deja la sensación de haber estado en manos de uno de esos escasos autores que poseen voz propia.
Carlos Fernández Castro