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Crónicas desde el Festival Internacional de Cine de Berlín 2020 (29 de febrero)

En esta última crónica desde Berlín, nuestro enviado Rubén de la Prida Caballero escribe sobre una de las sensaciones del Festival: la ganadora del Gran Premio del Jurado, a la sazón Premio Especial del Jurado de Sundance 2020, Never Rarely Sometimes Always.

Never Rarely Sometimes Always (Eliza Hittman)

Hasta bien entrada la acción de Never Rarely Sometimes Always, el espectador cree estar en los años sesenta o setenta del pasado siglo. El grano de la imagen, la actuación inicial en el instituto, la vida familiar de Autumn (Sidney Flanigan) o los folletos y el vídeo del centro de diagnóstico prenatal de su ciudad, abiertamente provida, remiten de continuo a otra época, lejana. La aparición en escena de un teléfono móvil actual sacude al espectador de pronto, y le da una clave de lectura para lo visto hasta el momento: parece como si en el entorno de Autumn se hubiera detenido el tiempo, como si estuviese atrapada en algún retrógrado reducto. El anacronismo deviene clarificador de las intenciones de la directora, Eliza Hittman, haciéndose evidente, a partir de este momento, su opción proabortista. Llegados a este punto, por tanto, todo el interés gravita en el camino hasta llegar al desenlace, en la evolución del personaje de Autumn, una menor de edad en busca de un aborto.

Es de esperar que Never… será una obra a modo de bandera discutida. Los partidarios del aborto tratarán de exaltarla, y los más extremos de entre los activistas provida la querrán censurada. Sin embargo, unos y otros errarían el juicio, al reducir a pura ideología una obra importante del realismo social, emparentada con el cine desnudo de Ken Loach y de los hermanos Dardenne. Más que en la decisión de Autumn la cinta se concentra en las circunstancias que la rodean. Y Hittman no ahorra un ápice de dureza a la hora de describirlas. Los ojos se resisten, por ejemplo, a mirar la secuencia más (literalmente) dolorosa de la cinta, que se graba indeleble en la memoria y hace evidente la condición de agresión contra el propio cuerpo inherente a todo aborto.

Por otra parte, toda la interpretación de Flanigan pone de manifiesto la profunda desconexión emocional de su personaje: se trata de una joven sin voz, incapaz de expresar sus sentimientos. Pero, sobre todo, de una mujer sola, abandonada por todos. Realmente, salvo su prima (Talia Ryder), cajera como ella, que se decide a acompañarla en su periplo neoyorquino para poder abortar a pesar de su edad y de su avanzado estado de gestación, Autumn no le importa a nadie. No les importa a las mujeres de la clínica de diagnóstico prenatal, más preocupadas por salvar al niño que por acoger a la madre. Pero tampoco a la terapeuta del centro abortista que, con voz suave, le formulará una batería de preguntas con las cuatro posibles respuestas que dan título a la cinta. Más allá del protocolo está el hecho de que este se produzca después de aclarar los temas económicos, no antes: Autumn le interesa todo lo que un cliente puede interesar a un comerciante.

Y, por supuesto, no les importa a los hombres: ni al imbécil que suponemos su novio, ni a su padre, dispuesto de continuo a denigrarla, ni a su jefe, ni al empleado al que ella y su prima entregan el resultado de caja, tan repugnante que ni siquiera le vemos la cara, ni al joven que encontrarán en el autobús a Nueva York, un lobo con piel de cordero…. Ciertamente, parece excesivo que no haya un solo varón que se salve de la quema en toda la cinta. Pero no basta el desequilibro para contrarrestar las virtudes de un film de envergadura, que, aun posicionado del lado del aborto, no embellece en nada el drama que este supone. De obligatorio visionado para todos, especialmente para los más intransigentes de entre los defensores y los detractores del aborto: unos bajarán a la áspera realidad, que nada tiene de poética; los otros entenderán el rechazo que generan ciertas estrategias de convicción y sentirán que la cinta, en parte, también se pone de su lado, al no esconder la verdad más punzante de su discurso: que abortar implica, necesariamente, detener un corazón que está latiendo.

Rubén de la Prida Caballero

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