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Academia Rushmore (Rushmore) (1998)


Nota: 8

Dirección: Wes Anderson

Guión: Wes Anderson, Owen Wilson

Reparto: Jason Schwartzman, Bill Murray, Olivia Williams, Seymour Casel, Brian Cox

Fotografía: Robert D. Yeoman

EN POCAS PALABRAS (para los impacientes)

El cine de Wes Anderson no es precisamente popular. Sus historias giran en torno a personajes que no se comportan como personas normales y, por extensión, no experimentan sus insípidas vivencias. Hay un término, utilizado habitualmente de manera poco apropiada, que cobra pleno significado cuando hablamos de los individuos que frecuentan el cine de este autor: freaks. En el caso concreto de «Rushmore», Jason Schawartzman interpreta a un «nerd», modalidad del término anterior que habíamos abordado al hablar de la serie «The Big Bang Theory». El resultado es, nuevamente, una marcianada propia del director de «Los Tennembaum» y «Life Aquatic». Podríamos correr el riesgo de no tomárnosla en serio y no sería algo descabellado, pero bajo de esa capa aparentemente frívola, Anderson habla coherentemente sobre temas de una seriedad rotunda.

SI QUIEREN PROFUNDIZAR…

El argumento es el siguiente: Jason es un estudiante obsesionado con exprimir su tiempo académico. Está matriculado en el Instituto Rushmore, lugar que adora y que le brinda la oportunidad de desarrollar casi todas sus inquietudes, hasta tal punto que llega incluso a descuidar sus estudios. Un día conoce a Sandra, una profesora que enseña a niños de 8 años y de la cual se enamora perdidamente. Bill, padre de dos chicos que asisten al Instituto, es multimillonario y habitual benefactor del mismo; ve reflejadas en Jason sus ganas de comerse el mundo e ilusiones de juventud. A medida que se van conociendo, se dan cuenta que coinciden en otro detalle: a los dos les gusta la misma mujer.

Es una empresa harto complicada dilucidar los mensajes que Anderson lanza en sus películas. Para ello, es necesario sumergirse en su mundo bizarro e intentar interpretar el comportamiento de sus personajes desde el mismo. Haciendo un esfuerzo de imaginación, la conclusión a la que se puede llegar es que el director americano nos insta a exprimir nuestra vida al máximo, pero siempre desde la búsqueda simultánea de un cierto equilibrio.

Para alcanzar esta conclusión, el film nos presenta dos personajes que son las dos caras de la misma moneda en momentos vitales opuestos. El personaje interpretado por Bill Murray es multimillonario, pero no es feliz; materialmente tiene todo lo que un hombre pudiera desear, pero no ama a su mujer y ha perdido la ilusión que solía dar sentido a su vida. Cuando conoce a Jason, algo se ilumina en su interior y recuerda todo lo que ansiaba cuando era joven, razón por la que decide financiar todos las disparatadas ideas que se le ocurren. En cambio, todas esas pasiones que dominan a Jason no son mas que un reflejo de su indecisión; no sabe realmente lo que quiere, no es capaz de centrarse en nada concreto y es el máximo exponente de «el que mucho abarca, poco aprieta». En ambos casos, se trata de personajes extremos, muy parecidos entre si, que representan la evolución natural de un ser humano.

Anderson utiliza el personaje femenino de una manera muy hábil, a modo de catalizador de las frustraciones de ambos protagonistas. Consigue sacar lo peor que llevan dentro, provocando inicialmente, un enfrentamiento brutal entre ambos extremos, para posteriormente conciliar ambas personalidades y acercarlas lentamente a un punto de equilibrio. Evidentemente, el justo medio al que aspiraban los filósofos griegos es una utopía y Anderson es plenamente consciente de ello; elige hacia que lado se decanta la balanza de una manera inesperadamente racional. Al final la mujer tiene la última palabra.

Si hay algo que destaca en esta película, a parte de una impecable factura visual y unos personajes maravillosamente construidos, es la portentosa actuación de un inmenso Bill Murray, que demuestra ser, una vez mas, uno de los mejores actores sobre la faz de la tierra. No estamos ante una interpretación cómica al uso, sino ante un extraño híbrido que deambula entre lo cómico y lo dramático con una facilidad pasmosa y con unos resultados plenamente satisfactorios en ambos casos. Sencillamente magistral.

Wes Anderson tiene personalidad y hace lo que quiere; disfruta contando su historia, y lo hace en un contexto adolescente porque si; y realmente, no es un público adolescente al que va dirigida la película, pero gracias al entorno en que se desarrolla, nos ayuda a recordar que todos llevamos un niño dentro a lo largo de toda nuestra vida, para bien y para mal. Por cierto, la banda sonora utilizada en todo el metraje es de un gusto exquisito; les aconsejo que no pierdan detalle de ella.

Carlos Fernández Castro

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