Entre dos aguas (2018)
Nota: 8
Dirección: Isaki Lacuesta
Guión: Isa Campo, Isaki Lacuesta, Fran Araújo
Reparto: Israel Gómez Romero, Francisco José Gómez Romero, Rocío Rendón, Yolanda Carmona
Fotografía: Diego Dussuel
Duración: 136 Min.
La Concha de Oro del Festival de San Sebastián por segunda vez revalida la apuesta de Isaki Lacuesta y su peculiar trayectoria en el cine, toda una exploración por los matices de la no ficción y por el territorio fronterizo o equívoco, ese espacio inquietante para el espectador, donde no se sabe en qué punto acaba la historicidad de lo que se cuenta y dónde empieza la representación y la máscara. El ensayo de Lacuesta no sólo cuestiona los formatos, sino que demuestra de forma palmaria la verdad de la ficción, pues este falso documental destila autenticidad y, sobre todo, en la mejor tradición del neorrealismo italiano, esa verdad posee la dimensión emocional y moral del dilema y el destino que reta al personaje central.
Con forma de docudrama, Entre dos aguas muestra las vidas de Isra y Cheíto, dos hermanos gitanos en la veintena, padres de familia y con perspectivas contrastadas ante la vida. Isra acaba de salir de la cárcel, le duele que solamente su hija mayor le reconozca y, peor aún, que su mujer no acepte que vuelva a la casa, lo que le obliga a vivir en una precaria caseta que se anega con las mareas altas. Cheíto ha encontrado empleo en la Armada y es panadero en un buque de asalto anfibio. Son los mismos que, de adolescentes, en 2006 aparecían en el primer largometraje del director, La leyenda del tiempo, con una crónica de personajes del entorno de la bahía y las marismas gaditanas donde también aparecían un japonés aficionado a los cuchillos y Makiko enamorada del flamenco y del gran Camarón de la Isla, cuyo disco daba título a aquella película. La acción tiene lugar en ese mismo espacio de marismas atravesadas por puentes y trenes que pasan sin detenerse y hay bastantes temas en continuidad (los tatuajes, la señal de la estatura en el árbol, el recuerdo de la muerte del padre), aunque a la historia de los gitanos adolescentes se sumaba la de Makiko y el mundo del flamenco.
Isra viene muy tocado por su encierro, no consigue trabajo en la lonja, no quiere volver a la mar y tampoco el dinero fácil del trapicheo, aunque parece la única salida. Su hermano intercede para un trabajo de vigilante en un almacén de coches, lanchas y otros materiales decomisados por la policía. Tanto Cheíto como otros amigos quieren apoyar a Isra, que rememora con insistencia sus dos intentos de suicidio y parece traumado por la muerte de su padre en un tiroteo: el recuerdo de esa escena le lleva a hacérsela tatuar en la espalda. También un grupo de evangélicos le ha ofrecido apoyo, ya desde la cárcel; incluso asiste a un bautismo por inmersión en la marisma, donde le ofrecen cambiar de vida y unirse a esa comunidad cristiana.
Con un fuerte trasfondo moral —y alejada de todo didactismo o moralina— Entre dos aguas muestra la vida difícil de jóvenes de barriadas obreras, de familias desestructuradas y carentes de cualificación profesional y nivel educativo que les otorguen oportunidades. Son carne de cañón, víctimas de contextos violentos y fatalistas, abocados a la delincuencia o, en el mejor de los casos, supervivientes esforzados que logran sobreponerse por el amor a la familia. En La leyenda del tiempo cuando Isra llega de noche a casa después de fumar porros su hermano le augura un mal futuro: “¿Sabes dónde a ti yo te veo? En la cárcel” a lo que responde, “Pues yo a ti pidiendo”. Isra entiende cuál es el dilema, que su hermano, los amigos y, sobre todo, la esposa de uno de sus amigos, le verbalizan y explicitan insistiendo en la diferencia de las opciones: o tener un trabajo y recuperar a su mujer y a sus tres hijas, o meterse en negocios de tráfico, robos y formas de dinero fácil que, tarde o temprano, le llevarán de vuelta la cárcel.
Con un tono distinto, original, que evita el sociologismo de salón o la crónica de suplemento de periódico al uso, Entre dos aguas es una película fascinante por su autenticidad y su verdad, su capacidad para que el espectador empatice con personajes de vidas complicadas y lo haga sin paternalismo ni emotividades paternalistas, y su compromiso con las emociones y los sentimientos de esos personajes, con un fortísimo trasfondo moral. Este talante es muy difícil de conseguir: sólo está al alcance de cineastas sólidos.
José Luis Sánchez Noriega