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Öndög (2019): crítica desde la Berlinale 2019

Póster de ÖndögNota: 9

Dirección: Wang Quan’an

Guión: Wang Quan’an

Reparto: Dulamjav Enkhtaivan, Aorigeletu, Norovsambuu

Fotografía: Aymerick Pilarski

Duración: 100 Min.

En su magnífico opúsculo La salvación de lo bello, el coreano-alemán Byung Chul-Han afirma que la belleza quiere esconderse, necesita ser cubierta de algún modo, para poder ser bella. Lo explícito se vuelve inmediato, pierde su misterio, deviene pornográfico. También lo repugnante quiere ser velado, por otras razones, aunque no demasiado distintas. Parece como si Wang Quan’an compartiese con Chul esta apreciación, cuando decide, en varios momentos del metraje de Öndög, desenfocar lo que estábamos viendo, para cubrir lo que no debemos ver. Un interesantísimo ejercicio de pudor en la sociedad hiperpornográfica que habitamos, en el mundo del Instagram y el like y lo inmediato. Una modestia visual que verdaderamente parece provocadora, que suena como un grito de reivindicación del poder de las imágenes. Una contención que, sin embargo, nada tiene de puritana.

Quizá para demostrarlo, Quan’an decide mostrar también, de manera documental, el comienzo del sacrificio de un cordero, así como el parto de un ternero. Imágenes fuertes, físicas, sucias. Y bellísimas. También afirma Chul que no hay belleza posible donde todo está demasiado limpio: lo aséptico contradice al erotismo. Y hay erotismo en la cinta del taiwanés, sobre todo en su tramo final, en el que decide apoyarse en la imagen abstracta como expresión de la inefabilidad del encuentro sexual. Una vez más, una provocación inaudita. Cuando creíamos haberlo visto todo, alguien viene y nos recuerda, que nos hace falta cerrar los ojos del cuerpo, y abrir los de la imaginación. Que lo mediato es más excelso que lo evidente.

Öndög

Todo ese esfuerzo de reflexión en torno a la forma visual es la carcasa que usa Quan’an para relatar una historia a la vez ambiciosa y minimalista en torno a la necesidad del otro, al deseo de relación inherente a la naturaleza humana, incluso allá donde pareciera que un camello es compañía suficiente. Ambiciosa por la amplitud y la profundidad de los temas cubiertos y en el modo de tratarlos. Minimalista porque, como genial artista, como el Rothko al que recuerdan los paisajes de la estepa mongola que retrata, Quan’an se sirve de los mínimos elementos necesarios para abrir una ventana al misterio. Parece imposible obviar las referencias del director chino a la mítica El cazador (Dersu Uzala, Akira Kurosawa, 1975) tanto en su fiel reflejo de las adversidades de la naturaleza como en su defensa de los vínculos humanos que, por su propia esencia, solo se pueden basar en la libertad de dos individuos.

Es de desear que Öndög sea premiada en Berlín. Puede parecer una reivindicación arriesgada, cuando el que la suscribe ha visto tan solo dos películas de la Sección Oficial. Pero resulta tan evidente que la cinta está infestada del germen de lo duradero, de lo que hace avanzar al cine como lenguaje, que parece inevitable hacerlo. Y ojalá llegue a las salas, a pesar de lo arriesgado de la propuesta. Hace falta volver a cerrar los ojos, es necesario purificar la mirada.

Rubén de la Prida Caballero

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