Titane (Julia Ducournau, 2021)
A estas alturas todo el mundo sabe que cuando Titane, la segunda película de Julia Ducournau, ganó la Palma de oro en la última edición del Festival de Cine de Cannes, buena parte de la crítica especializada puso el grito en el cielo, como si la propuesta de la cineasta francesa hubiera rebasado la línea de lo que muchos estaban dispuestos a tolerar en términos de atrevimiento y creatividad.
Esto denota una alarmante falta de cultura cinematográfica o un conservadurismo incompatible con la apreciación y crítica del arte. Algunos no se han dado cuenta de que no se trata de ellos sino del cine, que es quien verdaderamente impone esos límites. La narrativa clásica es maravillosa, pero no la única. y aquellos que se jactan de dedicarse a este mundillo no deberían rechazar sistemáticamente todo lo que escapa a esa tradición ya superada hace décadas.
La película de Ducournau rechaza lecturas literales o realistas, algo que puede llevar a la confusión de un sector del público no entrenado en estas lides. Eso no quiere decir que haya de gustar, sino que exige una decodificación más compleja y menos instantánea que la exigida por el cine convencional. En mi opinión, el guión exhibe una escritura inspirada y muy consciente del discurso que desea articular. Podríamos decir, de esta manera, que la potencia visual de la película está perfectamente acompañada por un fondo sólido y mas estructurado de lo que parece a primera vista.
Lo que debería haberse llevado el foco de las críticas queda en un segundo plano en favor de los ramalazos de violencia, francamente inocuos en comparación con los de otros directores que no son víctimas de este mismo cuestionamiento, de los desnudos y de la polémica división de su estructura argumental, que no es precisamente una novedad en la narrativa cinematográfica.
Pero por encima de todo eso, yo diría que Titane es una película elegante, estéticamente imponente y dotada de una gran sensibilidad en el tratamiento de temáticas tan actuales como las relaciones paterno filiales, las cuestiones de género, la masculinidad tóxica y el amor. Si tuviera que quedarme con un solo detalle de toda la película, sería con la manera en que la directora cierra el conflicto mostrado en sus planos iniciales: una última secuencia absolutamente magistral y de una gran emoción que supone la redención del personaje femenino y, al mismo tiempo, la recompensa a la fe inquebrantable de ese personaje interpretado impecablemente por Vincent Lindon.
Por eso yo me pregunto si al hablar de Titane deberíamos hablar de sus excentricidades, casi siempre justificadas, o de su mensaje esperanzador. Quien responda estará delatando la naturaleza de su mirada.
Carlos Fernández Castro