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West Side Story (Steven Spielberg, 2021)

Los que amamos el West Side Story de Robert Wise estábamos ansiosos de comprobar qué había hecho Steven Spielberg con el archiconocido musical de Sondheim y Bernstein. Porque no olvidemos que esto no es un remake sino una nueva adaptación de una obra de Broadway. Una vez hecha esta aclaración, la comparación entre ambas versiones cinematográficas es inevitable. Y la balanza cae del lado de Wise, a pesar del magnífico nivel mostrado por el director de Tiburón en su primera incursión en el género.

Cierto es que Spielberg y su guionista aciertan en la actualización de ciertas ideas ya contenidas en la película anterior (el sueño americano frente a la importancia de la familia y la comunidad, la integración de los inmigrantes, la crisis de valores en las nuevas generaciones…) y realizan una redistribución certera de los personajes en los números musicales de siempre, logrando en ocasiones una mayor coherencia argumental. También es cierto que, aún siendo mejorable en algunos aspectos, la pareja protagonista supera en todos los niveles artísticos a sus antecesores y que la cámara de Spielberg imprime un dinamismo especial y una gran espectacularidad a todo el conjunto.

Pero durante el proceso hay algo que se echa en falta, y no me refiero a un departamento de casting que sea capaz de encontrar puertorriqueños que hablen español como si de su lengua materna se tratara. Me ha llevado varios días entender porque el West side story de Steven Spielberg no llega al nivel que cabría esperar de un director tan talentoso y eficiente como el americano y he llegado a la conclusión de que se trata de una ausencia de magia en las coreografías y en escenas clave del argumento -el primer encuentro entre María y Tony-, así como de un exceso de seriedad en el tratamiento de la tragedia, es decir, una cuestión de tono: ese elemento que tanto les cuesta manejar a aquellos directores que no están curtidos en el género. Sin embargo, la inexperiencia en la dirección de musicales no impidió que Robert Wise entendiera perfectamente qué necesitaba la obra teatral para triunfar en el medio cinematográfico: se trataba de imprimirle un cierto distanciamiento de la realidad con el objetivo de impedir esa falta de credibilidad que tantas veces aqueja a los musicales.

Y es que en su intento por actualizar los temas del libreto original, Spielberg se toma la película de masiado en serio, lo cual puede sonar contradictorio pero explica por qué no solo nos creíamos el vertiginoso romance entre estos dos tortolitos en la película de Wise, algo más ingenua e inocente, sino también el definitivo perdón de la protagonista al asesino de su hermano. Sin embargo, no nos lo creemos en esta nueva versión. Tal vez ahí radica la gran hazaña del clásico de 1961, algo que ésta nueva adaptación nos ha ayudado a valorar en su justa medida. Dicho esto, aclarar que estamos ante una película muy disfrutable y dirigida con la sabiduría de uno de los grandes genios del Hollywood moderno. Ahí es nada.

Carlos Fernandez Castro

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