Tres pisos (Tre piani, 2021)
Puede engañar al espectador una película coral con una docena de personajes, ubicados en un mismo edificio, cuyas historias entrelazadas plasman diversas relaciones, conflictos y situaciones como si de un mundo en pequeño se tratara. El espectador se puede equivocar porque reconocer la estructura del relato, identificar el esquema empleado por el guionista, no agota la experiencia estética de la película ni necesariamente resulta decisivo para su valoración. Quizá por ello Tres pisos ha sido recibida con discrepancias y se ha juzgado como una obra menor en la filmografía de Nanni Moretti.
A nuestro juicio, este Moretti es coherente consigo mismo y refleja la evolución y maduración del cineasta que, si en los 80 y 90 miraba el mundo con sorna y propendía a la crítica, en el nuevo siglo se ha hecho más intimista con historias de relaciones familiares donde el amor y el dolor van de la mano, como sucede en La habitación del hijo y Mia madre, aunque permanezca aquella mirada en obras como la combativa Il caimano y o la estimulante Habemus Papam.
Ahora, a partir de la novela homónima del israelí Eshkol Nevo que radiografía la sociedad de su país a través del testimonio de tres vecinos de un bloque de viviendas, el director italiano plantea una serie de relaciones familiares, sentimentales o sexuales bajo las que laten preguntas sobre la experiencia de maternidad, la educación de los hijos, el miedo al daño que sufran, la distancia entre la pareja o entre hermanos, o cómo gestionar los conflictos y deshacer tantos errores acumulados en nuestras biografías. La madurez de Moretti radica en que va más allá de la denuncia, por ejemplo, de la xenofobia horrible que amenaza un ropero para inmigrantes, plantea dilemas morales de calado, como el del juez que se resiste a exculpar a su hijo, responsable de haber atropellado a una mujer cuando conducía borracho, o señala las enormes equivocaciones como las de Lucio, que sospecha injustamente del anciano y luego comete él mismo el delito, la de Giorgio que borrando de su vida a su hermano pierde a su esposa o la de Andrea, que se borra de su vida a su madre Dora.
Me parece un acierto la combinación de personajes y el juego de dilemas morales, decisiones y contrapropuestas. Como el juez Vittorio que encarna en esta ficción, Moretti trata de mantener la dignidad moral en un mundo donde nosotros podemos ser nuestro peor enemigo o donde los mayores justicieros acaban siendo también los criminales más grandes. La indulgencia y la empatía con los errores ajenos, con los traumas arrastrados de por vida y con los miedos a no estar a la altura de nuestros hijos reflejan a este Moretti sensible y tierno, inseguro y firme en sus convicciones. Intuyo que el cineasta representa a toda una generación, lo que otorga universalidad a su propuesta.
José Luis Sánchez Noriega