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Crónica desde DocumentaMadrid (1 al 4 de Mayo de 2014)

Siempre he creído que el documental posee una magia que ningún otro género puede ofrecer, por su potencial didáctico, por su enorme labor periodística y social, por sus altas posibilidades de entretenimiento y sobre todo por ser un contenedor de géneros en sí mismo. Resulta irónico que la capital sea la sede del festival de una especie que siempre se ha considerado el hermano pequeño del cine. Y a pesar de las dificultades del documental para acceder a los circuitos comerciales, lo cierto es que cada vez genera más seguidores entre los que desean estar más informados y que además no se conforman con las películas convencionales de Hollywood. En mi primer año de cobertura del DocumentaMadrid estoy siendo testigo de salas de cine abarrotadas, de entradas agotadas y de interesantes charlas entre directores, productores y la propia audiencia, ya sea a través de coloquios a pie de pantalla o de encuentros informales en los pasillos.

Esta XI edición destaca por la variedad de historias que ofrece a lo largo de todo el planeta, algunas de ellas al filo de la actualidad como la guerra en Siria o simplemente resucitadoras de relatos ignorados o perdidos en el tiempo que merecen ser contados.

Si bien la primera jornada estuvo alimentada por el hype del documental sobre el caso Lance Armstrong, fue Ukraina ne Bordel (Ucrania no es un burdel) la que disparó el cartucho de salida más potente. Orquestado por la joven directora Kitty Green, el filme presenta al movimiento feminista Femen desde las propias causas que lo hicieron surgir y por las que una multitud de chicas escandalizan al público con sus actos nudistas. Cuenta cómo tras la desintegración de la Unión Soviética se produjo un éxodo masivo de mujeres hacia países de Europa Occidental, muchas de ellas engañadas para ejercer la prostitución y que de algún modo terminaron por convertir a Ucrania en un triste destino de turismo sexual. La cámara muestra la rutina de estas activistas tanto al margen de la organización como durante la preparación de sus protestas y en las numerosas veces que el intento acaba en comisaría. En las entrevistas personales denuncian la fuerte dominación que puede llegar a ejercer el hombre en casos de proxenetismo, a veces culpando al propio exceso de patriarcado del país y sin dejar de reivindicar el papel de la mujer en la sociedad. También se recurre a mentalidades opuestas como la de los propios padres de las integrantes o las de otras mujeres que consideran irónico que solo haya mujeres bellas y delgadas en sus filas. Es por tanto un documental de doble filo, abierto al juicio del espectador más crítico y muy digno de abrir paso a los siguientes títulos del certamen.

La segunda jornada abrió con uno de los títulos de la sección Panorama del Documental Español. Fue el primero de una serie de películas destinadas a encerrar lecciones de vida tan poderosas como la de Gabor, un experto en fotografía que perdió la vista mientras filmaba pero que mantiene intactas sus ganas de sentir y de sonreír. Es una historia a dos voces entre un joven realizador argentino y el protagonista (homónimo del filme) al que propone como director de fotografía de un cortometraje sobre la ceguera. La incredulidad de Gabor es comparable a la del espectador cuando le ve manejar lentes y aparatos de óptica mientras se va narrando su propia historia desde la Hungría comunista hasta la Bolivia donde coinciden ambos personajes. Las imágenes de los paisajes bolivianos eclipsaron la sala durante un ejercicio valiente de cine dentro del cine, y no faltaron risas y emociones calladas entre butacas. Puede sonar a tópico, pero tras ver a un hombre que pierde su herramienta de trabajo y que sin embargo lucha contra viento y marea por seguir adelante, uno se olvida de esos «problemas» entre comillas que nos hacen bajar la cabeza sin grandes motivos. Muy digno de mención es también el trabajo de montaje. Sebastián Alfie sella la perfecta armadura de un mensaje que transcurre como una flecha y que termina clavándose en las retinas de por vida, con sus consecuentes aplausos de agradecimiento.

Lección no menos evocadora transmite My name is Salt, documental de la Sección Oficial que se traslada a la India para contarnos el proceso de extracción de la sal en una región desértica. La directora suiza Farida Pacha comparte con una comunidad india ocho meses de duro trabajo bajo el sol abrasador de Little Rann of Kutch, nada menos que 5000 km cuadrados de una región de cultivo que desaparece cuando llegan las lluvias del monzón. Es hermoso contemplar cómo la estrella va secando el terreno a sus pies, cómo los trabajadores conviven día y noche entre dificultades y finalmente cómo recolectan las ingentes cantidades de sal que emerge del agua. El rodaje tiene su mérito si se tiene en cuenta la falta de presupuesto y la carencia de generadores suplida por linternas y paneles solares. Cada escena hace gala del aprovechamiento de recursos necesario para llevar a cabo el filme, y la sensación que deja es igual de cristalina que el ingrediente. Hora y media sin apenas diálogo que no se hace monótona, sino que más bien sucede paciente a modo de combate entre público y naturaleza baldía.

La segunda jornada concluyó con el título que más ovación ha recibido hasta la fecha. El propio director sirio, Talal Derki, estuvo presente para mostrar el que quizás sea el documento fílmico más extenso de un conflicto del que sabemos muy poco, desafiante del cuentagotas mediático que nos llega desde un país completamente roto y sumido en la anarquía bélica. Al awda ila Hims (Return to Homs) narra la Guerra Civil de Siria desde los ojos de un joven activista retratado como héroe durante tres años de una lucha que continúa dejando cientos de muertos. Basset llegó a ser el segundo portero más cotizado de Asia, pero rápido cambió los guantes por las armas cuando en marzo de 2011 comenzó la insurrección rebelde de su país, animada por otras sublevaciones vecinas. Sus cánticos en manifestaciones contagiaron a cientos de jóvenes y no tan jóvenes descontentos con el gobierno de Bashar Al-Asad. Y si bien el relato de este veinteañero comienza optimista por el espíritu insurgente de su pueblo, a medida que pasan los meses su estado de ánimo comienza a ser igual de devastador que las calles llenas de escombros y cadáveres a su alrededor. Poco a poco va perdiendo hermanos entre el fuego cruzado de una ciudad sin ley de la que tiene que huir por un tiempo para salvar su vida, hasta que de nuevo debe regresar, como capitán que no teme convertirse en mártir de esa revolución. Escuchar al director afirmar los escasos supervivientes que restan de los que protagonizan el documental pone los pelos como escarpias, y no hace más que recordar que la llamada primavera árabe sigue dejando miles de muertos en una región sumida en su particular Apocalipsis. Brutal testimonio y brutal aplauso del numeroso público presente en la Cineteca.

Después de semejante jornada se hacía difícil imaginar una tercera que la pudiese superar, pero mi hambre de historias me volvió a arrastrar el sábado al Matadero, donde cuatro documentales volvieron a sucederse bajo el alumbrado de la Sala Azcona. 160 metros: Una historia del rock en Bizkaia cuenta el Do it yourself punk de la juventud vasca de los 80-90 al estilo de ‘La mugre y la furia’, ‘American Hardcore’ y ‘Frenesí en la gran ciudad: La movida madrileña’. Mediante entrevistas, grafismo y conciertos de la época esboza el perfil de una generación post franquista tristemente marcada por la heroína, pero protagonista de un auge cultural sin precedentes mientras el Guggenheim levantaba sus muros a orillas de la ría de Bilbao. El interés de este rockumentary reside en el contraste de opiniones entre protagonistas de la Margen izquierda y de la Derecha que sacaron partido de sus diferentes letras y estilos de música mientras se comenta el proceso de desindustrialización de la zona. Es también un bonito homenaje a esas bandas de calle que en su insurgente vida marcaron época en la región, algunas tan sonadas como Eskorbuto o Parabellum. Sin duda lo más cañero del DocumentaMadrid.

Posteriormente tuvo lugar la proyección de un filme que aún ronda por mi cabeza buscando categoría. Sobre la marxa renuncia a cualquier estructura clásica de documental para mostrarnos la historia de un señor mayor que juega en el bosque de un modo primitivo y salvaje. «El Garrell contra el hombre civilizado», se repite este fornido anciano catalán mientras se baña en riachuelos y corretea de árbol en árbol. Tal es su amor por la naturaleza que empieza a construir laberintos y obras de madera que utiliza para ahuyentar a los caminantes. Estructuras que pronto se convierten en altos edificios que debe ir destruyendo según se lo ordenan las autoridades. Pero a él no le importa. Le basta con estar satisfecho de un trabajo que la sociedad de la que vive apartada ignora por completo. La estética primitiva de la cinta -mayormente cámara doméstica y en 4:3- combina con el relato de este Tarzán surgido de la nada y regala al público una invitación a la reflexión a través del instinto, una nota de diferencia de agradecer en el festival.

El evento continuó con la que quizás sea la cinta más somnífera y decepcionante de la Sección Oficial, a pesar de lo mucho que prometía. Nepal Forever es un filme ruso en clave de comedia que sigue a dos integrantes del Partido Comunista de San Petersburgo durante un viaje por Nepal. Son personajes acólitos de unos ideales pasados que parecen profesar sin gran conocimiento de causa. No en vano se les retrata como hombres algo cortos de mente mediante un diálogo de hora y media que acribilla al espectador, tanto en mítines como en conversaciones íntimas paranoicas, y al término del documental uno no sabe muy bien a qué ha sido testigo. Durante el coloquio posterior, la productora Nastasya Velskaya definió el filme como una «imagen grotesca que busca caricaturizar la política, que no es más que un engaño en sí mismo». La intención es, por tanto, reflejar de forma cómica los límites de la convicción política, aunque el resultado se quede en una amalgama de cháchara plomiza.

Mucha más expectación había generado Der Anständige (The Decent One) desde que fue presentado en la Berlinale 2014. A pesar de lo manido que pueda estar el tema de la II Guerra Mundial, la documentalista israelí Vanessa Lapa revive el conflicto para sacar a la luz un interesante material inédito sobre el comandante de las S.S. y la Gestapo, Heinrich Himmler. Durante cuarenta años, los archivos íntimos del militar estuvieron escondidos en la casa de un pintor israelí que decidió entregarlos antes de su muerte. Un material del que la película revela fotografías personales y numerosas cartas destinadas a su esposa y a otros líderes nazis, y que son leídos mediante voz en off a medida que vemos la evolución desde su infancia y juventud -el joven ‘Heini’- hasta su obsesión por la raza aria, su relación con Hitler, su implicación en los campos de exterminio y el final inminente del nazismo. El trabajo de sincronización entre los archivos rescatados y los vídeos de la época revela una brillante comunión entre cine y periodismo de investigación, muy a la altura de los documentales de la BBC y los de Claude Lanzmann.

Por último, el domingo tuvo lugar la proyección de la cubana Hotel Nueva Isla, único título latinoamericano del certamen y quizás uno de los más íntimos y desoladores. Es la historia de un antiguo lujoso hotel convertido en albergue para gente sin hogar. Dentro vive Jorge, un hombre abandonado por su familia que apenas tiene relación con el mundo exterior, y que comparte habitaciones en ruinas con otros dos inquilinos. La cámara y el ínfimo diálogo van revelando la soledad de su esquelético cuerpo entre paredes desconchadas, cigarrillos y paisajes de la Habana a través de huecos donde antes hubo ventanas. Es un ejemplo de belleza embrutecida a tener en cuenta, y aunque la sensación de agobio agota por momentos, finalmente el experimento deja poso.

Transcurrida la mitad del certamen, falta prestar atención a varios filmes de la sección Panorama, al documental sobre el hombre que inspiró la obra magna Tarde de perros y a una interesante producción alemana sobre el poder de la banca. En la próxima crónica resumiremos dichas proyecciones y comentaremos el palmarés.

Manu Sueiro

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