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Secuencias Inolvidables: Blow Up (Deseo de una mañana de verano)

Tras su intento fallido de encontrar lo que había descubierto en su fotografía, Thomas (David Hemmings), el extraño protagonista de “Blow Up”, se topa con una caravana que da vueltas por el parque, llena de jóvenes bulliciosos y maquillados como mimos.

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De repente, la caravana se para y todos se bajan. Automáticamente, el grupo se dirige hacia una cercana pista de tenis, donde dos de los mimos empiezan a jugar un partido imaginario, sin raquetas y sin pelota. Todos siguen el juego desde fuera con interés. Thomas, entre extrañado y divertido, se queda mirando junto al resto. En un determinado momento del invisible partido, la pelota sale de la verja, y todos, observándolo, deciden que será Thomas el encargado de devolverla a la pista.

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El fotógrafo acepta el juego; la recoge y la lanza. Se escucha la pelota botar y ser golpeada por raquetas. Tras un largo primer plano de su rostro y sus reacciones, se pasa a un plano general de su figura en medio de un parque dominado por el verde. Desaparece.

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Así acaba una de las películas más conocidas de Michelangelo Antonioni. Una escena final que, como tantas otras, es la que le da sentido a todo lo que acabas de ver antes. Pero esta vez no es porque te hayas enterado por fin de quién es el asesino; esta vez es porque has hecho un descubrimiento, un descubrimiento de los que abren espacios en la cabeza.

Esta escena, de hecho, es toda en sí un gran descubrimiento, y a distintos niveles. Por un lado, es una revelación vital para el desarrollo del protagonista, y por otro, una herramienta explícita para el espectador, que puede entender finalmente toda la posición del texto cinematográfico de Antonioni.

En el momento en el que Thomas decide participar en la “ilusión” que han creado los mimos, ocurre ese primer descubrimiento: aceptando formar parte de algo que no puede ver ni fotografiar, Thomas se da cuenta de que puede explorar y relacionarse con el mundo de otra manera. Después de no encontrar lo que andaba buscando y lo que le obsesionaba, admite los límites de su medio artístico. No puede registrar todo fielmente con su cámara; tiene que asumir que la imagen y la realidad se acaban mezclando, que hay mucho más de lo que el ojo humano puede ver. Entrar en el juego imitativo de los mimos es, por tanto, ir más allá de la pose y el desengaño moderno que le estaba definiendo hasta entonces; es abrazar y entrar en sintonía con la  inevitable ambigüedad de la realidad y su representación. Thomas, por fin, deja de sufrir.

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El segundo descubrimiento, consecuencia del primero, es el del, hasta este momento, desorientado espectador. Antonioni nos destapa los ojos en esta escena para rápidamente volver a nublarlos. Lo que hace aquí es dejar al desnudo las dudas que tiene como director acerca de la auténtica naturaleza de la realidad. La fotografía, arte de la captura, y el cine, arte en movimiento, son para Antonioni distintas maneras de estudiar e interpretar la imagen, pero ninguna le asegura su búsqueda de lo auténtico. Esta escena demuestra que quizás haya más verdad en un juego de cuerpos, en la confusión entre el sustituyente y lo sustituido, donde las distintas presencias y sus significados se construyen en nuestras cabezas, que en mil fotografías o documentales.

Al final, las últimas elecciones del director (el sonido de la pelota botando, el último plano general donde acaba desapareciendo Thomas…) dejan la pregunta todavía más en el aire: ¿Es la realidad lo que vemos o es todo fruto de nuestra imaginación? 

Arturo Tena

 

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  1. Mejor que 50 tonos de gris – Île flottante: Cogitations sur la littérature, la bibliothéconomie, etc.

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