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El Lado Bueno de las Cosas (Silver Linings Playbook) (2012)

Nota: 6,5

Dirección: David O. Russell

Guión: David O. Russell

Reparto: Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Robert de Niro, Jackie Weaver, Chris Tucker

Fotografía: Masanobu Takayanagi

Duración: 120 Min.

Clasificar una película en una categoría determinada con el propósito de que el espectador se haga una idea aproximada de lo que se dispone a ver en una sala de cine, puede ser en ocasiones una práctica comercial cuanto menos temeraria. El tortuoso camino de regreso de Pat a la casa de sus padres -tras permanecer más de ocho meses internado en un sanatorio mental, a raiz de la soberana paliza que le propinó al amante de su esposa cuando los sorprendió intimando bajo la ducha, al tiempo que sonaba en la radio la cursi y empalagosa canción de su propia boda- no es una premisa argumental lo suficientemente jocosa como para ser considerada una comedia, y mucho menos romántica.

De hecho, a lo largo de la trama es difícil esbozar siquiera una misericordiosa sonrisa que pueda inducir a creer en tan caprichosa catalogación; a no ser que el espectador padezca de una aguda insesibilidad al sufrimiento ajeno. Y es que el bueno de Pat está más cerca de una patología nerviosa límite que del típico estereotipo de galán con un ramo de flores en la mano y un cuarteto de cuerda a la puerta de la casa de su amada. No es para menos. Si añadimos a la ya de por sí espeluznante experiencia de ser engañado con el profesor de historia calvo, feo y un tanto maduro con el que trabajas, el hecho de tener que convivir con un padre obsesivo compulsivo o eludir los rumores de los vecinos y amigos del barrio, el panorama no es para nada halagüeño, y menos aún cómico.

Pero Pat lo intenta. Aunque sea con una filosofía de bestseller de autoayuda combinada con una buena ración de psicotrópicos y una cierta tendencia a la vigorexia, mediante la que intenta encauzar sus esfuerzos a recuperar su perfecta vida anterior en la que disfrutaba de un matrimonio feliz. Efectivamente, Pat es todo un perdedor, un individuo desquiciado y sin rumbo al que nada o nadie puede salvar. Por ello, la aparición de Tiffany en su vida, una joven que ha ahogado el sufrimiento de la muerte de su marido en desenfrenadas bacanales con sus agradecidos compañeros (y compañeras) de oficina (en resumen, otra perdedora nata), se antoja más como un insuperable obstáculo en la senda hacia la cordura que como una oportunidad para recobrarla.

Naturalmente, es ahí donde reside la originalidad de una película que juega con la excentricidad de todos sus personajes para reformular los manidos códigos de un subgénero agonizante como es la comedia romántica. Desafortunadamente, si bien es cierto que «El lado bueno de las cosas» logra dotar de cierta frescura y audacia a una historia estructuralmente convencional, se despeña en su tramo final hacia los artificios propios de los filmes más previsibles, aunque mantenga una coherencia interna fruto de esa suerte de ideología positivista que se obceca en mantener su personaje central. Es decir, a pesar de que todas las tramas confluyan de forma un tanto artificiosa en el típico final de épico romanticismo, esto no es más que un guiño complaciente a la a veces pragmática costumbre de ver el lado bueno de las cosas.

Por lo demás, la película funciona en buena medida gracias al buen trabajo realizado por el elenco de intérpretes que configuran esa extravagante atmósfera que impregna la historia. Desde un Bradley Cooper que abandona su sempiterna sonrisa de estrella emergente del Hollywood más comercial para componer un complejo personaje lleno de aristas y tics de psicópata iracundo, hasta Jennifer Lawrence, que se ratifica película tras película como uno de los grandes valores de futuro del cine norteamericano («Lejos de la tierra quemada» o «Winter’s Bone» eran ya credenciales más que suficientes); pasando, como no, por un Robert De Niro que ya hace décadas que perdió su capacidad para inquietarnos pero que aún nos resulta un deleite verlo en pantalla, además con un arriesgado personaje al que imprime de una presencia demoledora; o la siempre espléndida Jacki Weaver, en esta ocasión en un discreto segundo plano que le ha valido sin embargo (y para mayor sorpresa) una nueva nominación al Oscar.

El hecho de que la película se haya filtrado entre las propuestas más galardonadas del año, quizás sea una circunstancia desmesurada para su valor en sí; pero lo cierto es que David O. Russell, quien al fin ha logrado el equilibrio suficiente entre su desmesura freak  característica y un relato más o menos coherente para que el gran público no corra despavorido (como ya ocurriera con Extrañas Coincidencias, por ejemplo), nos ofrece un singular drama romántico (o una comedia de mal gusto si se prefiere) con una clara tendencia al exceso que funciona en su mayor parte en base a la complicidad de sus actores y al atractivo un tanto bizarra de su premisa argumental.

Jesús Benabat

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