El canto de la selva (Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos, 2018)
Nota: 7
Dirección: Joao Salaviza, Renée Nader Messora
Guion: Renée Nader Messora
Reparto: Henrique Ihjac Kraho, Raene Koto Kraho
Fotografía: Renée Nader Messora
Duración: 114 Min.
En la primera secuencia del film, las luces y las sombras de la noche tatúan el cuerpo del protagonista mientras éste camina sin rumbo aparente. La selva reclama lo que le pertenece: en este caso, el cuerpo y el alma de un indígena brasileño que habita en un poblado de tradiciones ancestrales. Más adelante, veremos cómo la civilización no ceja en su lucha por ganar terreno a la selva. Nuestro protagonista se debate entre el mundo rural, cargado de compromisos familiares, religiosos y sociales, y el mundo urbano, que ofrece la posibilidad de dejarse llevar y eludir responsabilidades.
Los directores brasileños escogen un rito fúnebre como resorte del conflicto narrativo: Ihjac deberá celebrar una comida y adornar un tronco en memoria de su difunto padre. En realidad, se trata de una excusa argumental para reflexionar sobre la siempre difícil transición hacia la madurez, es decir, la entrada en una etapa difícil de digerir y muy susceptible de ser pospuesta tantas veces como excusas se encuentren para ello: el luto por la muerte de un ser querido, la convalecencia por un dolor que ni siquiera los chamanes logran sofocar, los misteriosos motivos del llanto constante de un bebé…
Por otro lado, a través de su narración, El canto de la selva parece señalar la civilización como principal causante de la corrupción del ser humano o, al menos, como agente que facilita la degradación de los valores tradicionales. Para expresar esta idea se establecen constantes dicotomías a lo largo de su narración: campo frente a ciudad, naturaleza frente a industria, la luz del fuego frente a las luces de neón, tradición frente a modernidad…
Para ello, Messora y Salaviza diseñan una estrategia visual basada en planos generales de larga duración que representan el ritmo de vida indígena e integran a los protagonistas en su entorno natural. Con el objetivo de subrayar esta pertenencia, la cámara se recrea en la representación de diversas costumbres, como el canto del chamán, la preparación del rito fúnebre, el maquillaje de cara a la celebración… Y para enmarcarlas en una atmósfera de autenticidad, los directores recurren al estilo documental, del que no llegan a abusar de cara a mantenerse en el terreno de la ficción.
Aunque en sus primeros compases no acabe de encontrar el ritmo ideal, a medida que transcurren los minutos la película descubre su camino y transmite su mensaje con elegancia y (a veces demasiada) claridad. A través de este relato circular, el cineasta brasileño y su antaño directora de fotografía, ahora codirectora, abogan por una civilización respetuosa con la inocencia y la pureza de los pueblos que todavía viven sometidos al imperio de la naturaleza y la espiritualidad. Tal vez negarse al progreso no sea la mejor elección, pero tampoco la contaminación parece una meta a la que aspirar.