Gracias a Dios (Grâce à Dieu, 2019)
Nota: 7
Dirección: François Ozon
Guion: François Ozon
Fotografía: Manuel Dacosse
Reparto: Melvil Poupaud, Denis Menochet, Swann Arlaud, Eric Caravaca, François Marthouret, Bernard Verley, Josiane Balasko
Duración: 137 Min.
Después de una película tan inteligente, redonda y con valor universal, más allá del tema específico que trata, como El club (Pablo Larraín, 2015) parece difícil abordar la cuestión tan candente de la pederastia de sacerdotes católicos sin caer en la banalidad del reportaje audiovisual ya sabido o en la denuncia vociferante y maniquea. Y esto se afirma desde la convicción de que en cuestiones de defensa de los derechos humanos y de denuncia de injusticias, no hay obra inoportuna ni extemporánea.
A filme por año, François Ozon ha rodado veinte largometrajes con un nivel más bien alto. Son piezas muy variadas en talante y estilos, siempre poseídas por la capacidad para profundizar en fondos oscuros del ser humano o actitudes y conductas que se ocultan por pudor. Ozon saber hacer cine, tiene ideas propias y le saca partido a las ajenas —como la adaptación En la casa, de la obra teatral de Juan Mayorga— o a la propia realidad, como en Gracias a Dios, que recoge testimonios reales de personas que han denunciado a un sacerdote de la diócesis de Lyon protegido por el cardenal. Bernard Preynat es el nombre auténtico de este cura, que ha demandado al cineasta y exigido inútilmente el secuestro preventivo de la película. También es real el nombre del cardenal Barbarin, arzobispo de Lyon, primado de las Galias y hace apenas un par de meses condenado en primera instancia a seis meses de prisión condicional por encubrir los delitos de abusos sexuales de Preynat, motivo por el cual dimitió de su cargo el 18 de marzo pasado.
Un cine tan apegado a la actualidad tiene el riesgo de pillarse los dedos, pues en el lapso entre el rodaje y el estreno hay novedades que no podría ignorar. Sin embargo, siendo muy fiel a la realidad, Ozon toma ese caso para hablar de las víctimas, su historia personal y las diversas situaciones por las que han pasado, de manera que consigue darle universalidad.
El guion hilvana las historias de tres hombres de mediana edad que sufrieron abusos sexuales. Son tipos de diferentes ambientes sociales e ideológicos, aunque los tres tuvieron una similar educación católica y formaron parte de los grupos de scouts en cuyos campamentos el padre Preynat cometió los abusos. Alexandre es un ejecutivo de banca, católico practicante, casado y con cinco hijos; François también tiene familia, pero se define como ateo; y Emmanuel padece una salud quebradiza, quizá traumado por los abusos de su infancia, y tiene una relación sentimental complicada. Los tres terminan por crear un grupo de presión que denuncia a Preynat y consigue que la policía abra una investigación, a pesar de que muchos casos han prescrito.
Más que la denuncia de los abusos –a estas alturas suficientemente publicitada por los medios- a Ozon le interesa cuál ha sido la gestión de la Iglesia católica, a qué se deben los encubrimientos y qué moral hay detrás de esa incapacidad para denunciar a los sacerdotes implicados y apartarlos de su ministerio. Como se sabe, la evolución de la Iglesia al respecto ha sido notable y sólo muy recientemente el Vaticano ha dictado la política de tolerancia cero. El diagnóstico es evidente: pederastia ha habido en todas partes, pero el crimen es mayor cuando se comete por sacerdotes en quienes las familias han confiado ciegamente y a quienes han reconocido una fuerte autoridad moral. Que la Iglesia no haya sabido responder con honradez a las denuncias y hasta las haya ocultado sólo significa que el Poder prevalece sobre la Moral, como ya sabíamos desde hace tiempo. Ozon da en el blanco con el título, tomado de la frase que cardenal contesta en una rueda de prensa, argumentando que gracias a Dios los delitos han prescrito; es decir, que prefiere la injusticia al desorden.
José Luis Sánchez Noriega