La primera cita (2018)
Nota: 5
Dirección: Jesús Ponce
Guion: Jesús Ponce
Reparto: Isabel Ampudia, Sebastián Haro, Mercedes Hoyos, Víctor Clavijo, Mario Ayuso, Darío Paso, Ana Cuesta
Fotografía: David Barrio Calderón
Duración: 104 Min.
Al margen de sus cortos y trabajos para televisión, el quinto largometraje para el cine de Jesús Ponce (Sevilla, 1971) confirma la propuesta industrial, estilística y social de su cine. Se trata de películas pequeñas, rodadas con un presupuesto ajustado, pocos actores y austeridad de medios; cine muy directo, eficacista pero escasamente inspirado a la hora de construir el fotograma y las propias secuencias; obras que abordan con convicción y oportunidad conflictos actuales (paro, cuidado de los ancianos, exclusión social de los jóvenes, eutanasia, reintegración social…). Los dos primeros trabajos (15 días contigo y Déjate caer) lograban, a mi juicio, mejores resultados que los dos siguientes.
La misma pareja de intérpretes de la ópera prima de Ponce protagoniza ahora La primera cita con la historia de un matrimonio convencional, basado en el patriarcado tradicional. El varón, Sebastián, un militar recién jubilado, es prepotente y machista hasta la caricatura; su esposa, Isabel, apenas viene descrita, aunque el Alzheimer que irrumpe en su vida desata un conflicto grave, pues, sin querer, revela que le fue infiel en cierta ocasión.
El trasfondo social es oportuno y está fuera de duda la pertinencia de cuestiones como la propia enfermedad neurodegenerativa, el cuidado de los ancianos y la crítica al machismo y a la escala de valores que subyace al patriarcado. Toda la historia constituye una reflexión sobre el lugar de la mujer en nuestra sociedad y sobre el insostenible desequilibrio en que se ha basado la pareja, y la aplicación de diferentes varas de medir la moralidad según se haya tratado del hombre o de la mujer.
Resultan apropiados los sucesos y acciones que desarrollan el guion; es un acierto contraponer la integridad moral de la excluida social por su rol de prostituta frente a la degradación del militar, representante conspicuo de la respetabilidad y el orden católico-burgués. Pero toda la película adolece de un amateurismo insuperable que deja al espectador sumido en la incredulidad. La historia peca de esquematismo y trazo grueso en su discurso, tarda en arrancar, hay reiteraciones y énfasis innecesarios para un espectador que haya pasado la preadolescencia y, por momentos, los actores no resultan creíbles. La falta de destreza cinematográfica se compensa, parcialmente, con el compromiso del director-guionista con los conflictos actuales indicados y con esa especie de toma de conciencia o viaje de transformación que experimenta Sebastián.
José Luis Sánchez Noriega
