Mistress America (2015)
Nota: 7,5
Dirección: Noah Baumbach
Guión: Noah Baumbach, Greta Gerwig
Reparto: Lola Kirke, Greta Gerwig, Matthew Shear, Jasmine Cephas-Jones, Heather Lind, Michael Chernus, Cindy Cheung, Kathryn Erbe, Dean Wareham
Fotografía: Sam Levy
Duración: 84 Min.
En los últimos años, el cine de Noah Baumbach parece obsesionado con un solo concepto: la angustia existencial. Sus personajes, desde adolescentes experimentados hasta debutantes en la edad adulta, se resisten al implacable paso del tiempo. Cuando parecen haber encontrado su zona de confort, el futuro llama a sus puertas para recordarles que ha llegado la hora de volver a tirar los dados y mudarse a una nueva casilla: entrar en la universidad y abandonar el nido familiar, enfrentarse a la primera experiencia laboral, convertirse en una persona adulta, reconstruir tu vida después de una ruptura sentimental, formar una familia, o simplemente dejar de vivir una mentira y tener las agallas para volver a empezar de cero.
Si en su anterior película (Mientras seamos jóvenes), un matrimonio de treintaymuchos aspiraba a recuperar la frescura, la ilusión y la libertad de una pareja de veinteañeros, en ‘Mistress America’ es una universitaria (Lola Kirke) la que se ve cegada por la (engañosa) madurez, la (relativa) independencia y la (impostada) personalidad de su futura hermanastra. Tras su inolvidable interpretación en ‘Frances Ha’ (también dirigida por Baumbach), Greta Gerwig vuelve a ponerse en la piel de una neoyorquina que, en esta ocasión, redefine el concepto de «postureo» y se encuentra tan perdida como su anterior personaje, aunque intente aparentar lo contrario.
Una vez más, el director americano arremete contra ese tipo de personas que disfrazan sus inseguridades y complejos bajo una falsa apariencia de determinación y éxito. Por otro lado, muestra una nueva variante de cómo el arte puede vampirizar (y no me refiero a reflejar) la realidad: en este sentido, sustituye al documentalista que guionizaba y manipulaba su material en ‘Mientras seamos Jóvenes’, por una joven escritora que, en lugar de crear, alimenta sus relatos de experiencias ajenas presenciadas en riguroso directo. Al mismo tiempo que descubrimos ese cambio en la percepción de la protagonista respecto a su modelo a seguir y objeto de su material literario, ‘Mistress America’ nos propone una reflexión acerca de la naturaleza lícita o ilícita de una obra cimentada sobre la traición a un ser querido.
Lejos de idealizar a sus personajes, Noah Baumbach pone al descubierto sus miserias más inconfesables. A la confusión propia de aquellos que aspiran a todo y no son capaces de focalizar sus esfuerzos en nada, se añade la maleabilidad de quien es capaz de interpretar un patético catálogo de poses como el paradigma de la autenticidad, y al día siguiente sustituir la veneración hacia esa misma persona por desdén. Sin embargo, el director nunca les pierde el respeto, reservándoles una dosis aceptable de compasión, como si detrás de esos defectos se escondiera una incapacidad manifiesta para ser feliz y sus actos tan solo pretendiera ocultarla.
Fiel a su estilo, el director de obras tan personales como ‘Una Historia de Brooklyn’ recurre al humor para dulcificar la acidez de sus contenidos. Sus logros son evidentes, a pesar de la irregularidad del conjunto, que solo brilla con intensidad cuando la acción se traslada de las calles de la ciudad al interior de una mansión en la que una nueva película comienza. De repente, el espíritu del Howard Hawks de ‘La Fiera de mi Niña’ y ‘Luna Nueva’ se apodera de la narración y asistimos a una media hora gloriosa en la que se suceden diálogos hilarantes, las situaciones inusualmente cómicas, y un desarrollo vertiginoso de los acontecimientos. Es entonces cuando Baumbach abre la caja de Pandora y libera emocionalmente a sus personajes para lidiar con sus demonios.
Dejando atrás las experiencias personales que protagonizaban sus primeras películas, el cineasta neoyorquino se erige como un cronista implacable de un ecosistema emergente, repleto de culturetas y hipster, que parece tener su espacio en toda sociedad que se precie. En el fondo, se trata de las mismas inquietudes de siempre, porque ayer, hoy y mañana fuimos, somos, y seremos seres humanos, con o sin gafas de pasta y barbas pobladas, en busca de la felicidad.
Carlos Fernández Castro