Que Dios nos perdone (2016)
Nota: 7
Dirección: Rodrigo Sorogoyen
Guión: Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen
Reparto: Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Javier Pereira, Luis ZaheraRaúl Prieto, María de Nati
Fotografía: Alejandro de Pablo
Duración: 125 Min.
Cuando desfilan los títulos de crédito en la segunda película de Rodrigo Sorogoyen no queda muy claro a quién tiene que perdonar Dios: a un par de policías con almas de delincuente, a un asesino en serie que es víctima de sus circunstancias, o a dos guionistas que no han acertado a pulir un guión con vocación de grandeza. En este sentido, la redención marca la diferencia. Mientras que los personajes del film vivirán atormentados durante el resto de sus vidas, sus creadores encuentran la salvación en el talento de un director que es capaz de convertir el agua en un competente Rioja.
Sin embargo, sería injusto crucificar un guión que, a pesar de sus numerosas incoherencias y dudosa credibilidad, hace gala de una buena construcción de personajes, unos diálogos inusualmente auténticos y un puñado de situaciones imprevisibles que mantienen el interés del espectador más allá del estereotipo. Tampoco es despreciable su interesante maniobra hacia el último tercio del film, consistente en modificar el punto de vista de la narración, aportando un valor añadido al típico retrato de policías corruptos que intentan purgar sus pecados mediante la detención de un implacable asesino en serie.
Estamos ante un thriller cuyos numerosos aciertos atenúan esos defectos que, sin ser trascedentes, alejan cualquier obra de la genialidad. En parte debido a la elección de un género que, si bien es susceptible de todo tipo de excesos, permite al director explorar nuevos registros ajenos a su destacable debut y generalmente muy vistosos. Entre ellos, la posibilidad de jugar con las expectativas del patio de butacas hasta romper las predicciones del espectador más intuitivo y alejarse de los códigos preestablecidos.
Sin embargo, se echa en falta un mayor trabajo en el perfil psicológico de unos protagonistas que, aún seduciendo por sus imperfecciones, no acaban de mostrar unas motivaciones convincentes que las justifiquen. Asimismo, tampoco queda muy clara la elección de las Jornadas Mundiales de la Juventud como contexto en el que se desarrollan los asesinatos y la pertinente investigación. Más bien parece un mero pretexto para el rodaje de una persecución relativamente inspirada, en la que la muchedumbre es empleada como una herramienta para generar tensión.
Como si se tratara de un resumen a menor escala, el desenlace del film repite los errores y virtudes que la convierten Que Dios nos perdone en una tentativa frustrada de thriller mayor. No obstante, por encima del conjunto emergen las figuras de dos actores en estado de gracia y de un director que, además de mostrar una versatilidad admirable, exhibe un talento innato en la gestión del ritmo narrativo y en la creación de atmósferas con personalidad propia. Ante semejantes compensaciones el perdón se antoja posible.
Carlos Fernández Castro