The Sun, the Sun Blinded Me (2016): el enemigo es el otro
Vivimos tiempos oscuros. Tanto que, en ocasiones, el mundo cruel que habitamos invita a la construcción de una burbuja a nuestro alrededor que nos proteja de todas sus maldades. El individuo ha derrocado a la comunidad como unidad de medida social. En lugar de crecer hacia fuera, menguamos hacia dentro y limitamos nuestra mirada a las fronteras de un horizonte personal, sin reparar en esa persona que llora desconsolada a escasos centímetros de nuestra indiferencia. Huimos de la realidad y dejamos atrás nuestra sensibilidad. Corremos como el protagonista de The Sun, the Sun Blinded Me, pero las piernas de la conciencia son tan largas como las del ego y nos vemos obligados a seguir corriendo hasta que no queda más remedio que enfrentarse a la realidad.
En su quinto largometraje, Anka y Wilhelm Sasnal retratan los peligros del individualismo y de la insolidaridad del ser humano hacia el entorno que le rodea. Rafal vive solo en una casa impersonal y meramente funcional. Tiene un trabajo estable, una madre con la que ha perdido todo contacto y una pareja que se limita a saciar sus instintos mas primarios. Tanto los planos del film como la interpretación del actor principal rechazan la emoción. Los encuadres evitan el sensacionalismo y juegan constantemente al fuera de campo para incomodar al espectador, mientras que el sonido complementa esa información que el ojo no alcanzaría a observar y provoca esas sensaciones que la imagen jamás podría invocar (las plegarias en el velatorio, la conversación de unos amigos desenfocados en el plano).
Tan austera como efectiva, la puesta en escena de los polacos alterna el plano fijo con la cámara al hombro, como si buscara exteriorizar el estado de ánimo de un hombre que oscila entre su calculado estilo de vida y una serie de situaciones que desequilibran su rutina. Los directores apuestan por un personaje que evita la identificación del espectador y que es capaz de despertar las conciencias más adormecidas a través de un desagradable juego de espejos en el que Europa tiene la posibilidad de observar su propio reflejo y reconocer sus errores.
«El sol me cegó» podría ser la excusa perfecta para el tenista que no devuelve un saque o para el conductor que pierde el control de su coche bajo un luminoso atardecer. Pero no para un europeo de clase media que, en un ataque de ira, miedo y egoísmo, descarta ayudar a un inmigrante varado en la costa y opta por agredirle para mantener intacta su jaula de oro, eliminando de su mente cualquier preocupación que no tenga por objeto el mantenimiento de su estatus privilegiado. Que el sol nos ilumine.
(crítica realizada con motivo de la cobertura de la muestra de cine contemporáneo CinePOLSKA, organizada por el instituto polaco de cultura. Además de en madrid el 17 de enero a las 19:50H en el Cine Doré, podrá verse a lo largo de los siguiente meses en las filmotecas de Barcelona, Córdoba, Granada, Murcia, Pamplona, Sevilla, Tenerife, Valencia y Zaragoza)
Carlos Fernández Castro