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Tiempo (Old, 2021)

Confieso que esperaba lo peor y, sin embargo, me he encontrado con un director en constante evolución y en un excelente estado de forma. Una vez más, y esto ya se ha convertido en costumbre, me veo defendiendo el cine de M. Night Shyamalan frente a las hordas de críticos que atacan algo que, en mi humilde opinión, no llegan a comprender. Seguramente ellos opinen lo mismo de mi y tal vez tengan razón, pero moriré con las botas puestas a menos que me convenzan de que todas esas virtudes que yo vengo apreciando en su cine, son en realidad los defectos de un creador que perdió la cabeza cuando vendió su alma a Hollywood.

Personalmente sigo pensando que la recompró con The Visit e incluso que, a partir de ese momento y habiendo tenido que hipotecar su casa ante la desconfianza de los estudios, decidió que si moría (profesionalmente hablando, claro está), moriría matando, es decir, siendo fiel a sus ideales y disfrutando de su trabajo. Y así ha sido. Desde esa película, que revitalizó su carrera y le devolvió el mojo perdido (cual Austin Powers), el cineasta de Philadelphia ha hecho lo que le ha dado la gana y como le ha dado la gana.

En su estilo actual se aprecia un sentido del humor mucho más negro que el de antaño -tanto en la temática tratada como en los momentos en que decide insertar situaciones cómicas como esa suerte de «no me chilles que no te veo» de la pareja protagonista- y una estética de cine de guerrilla que otorga un aire de inmediatez al conjunto muy en sintonía con la narración. Shyamalan nada contracorriente o, mejor dicho, a favor de sus convicciones propias. Donde algunos buscan depuración técnica o   interpretativa, el apuesta por un estilo cada vez más visceral y desafectado, un fantástico consciente de su condición.

Los barridos, panorámicas, planos circulares y zooms se incorporan definitivamente a ese espíritu camp que ahora exhibe su cámara y que, en esta ocasión, rima perfectamente con el desquiciado ritmo narrativo de Tiempo. Muchos la califican de disparate y, evidentemente, se trata de una película que no pretende ser realista ni más coherente que su propia (y rocambolesca) premisa. Shyamalan propone cine fantástico de primera y disfruta sirviéndonos una buena ración de sorpresas en cada nueva escena de este largometraje.

Aparte de la reflexión evidente acerca del efecto del tiempo en la vida del ser humano, el director de El Protegido se atreve a lanzar una batería de críticas sociales entre las que destaca la dirigida a las grandes farmacéuticas -en tiempos de covid-19 es un atrevimiento bastante loable- y llama la atención las referentes a la lucha de clases (el médico que se siente superior al enfermero y casi a todo el resto del mundo) y a la erosión ejercida por el tiempo en la belleza física.

Pero como insinuábamos anteriormente, Shyamalan, más que nunca, desea pasárselo bien y hacer disfrutar a todo el que se acerque a su cine sin prejuicios. Por eso Old es divertida, estresante, imprevisible y, una vez más, rompe una lanza en favor de la unidad familiar en tiempos gobernados por la ley del mínimo esfuerzo.

Carlos Fernández Castro

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