Libros de cine: Del cine y otros amores (Julio Diamante)
Menos conocido, con una carrera más breve como director y unos años más joven que Bardem o Berlanga, el cineasta gaditano Julio Diamante Stihl (1930-2020) está muy próximo al espíritu rebelde y la apuesta por el valor cultural del cine de esos dos grandes del cine español. A los pocos meses de su fallecimiento se publican sus memorias, muy oportunamente tituladas “Del cine y otros amores” porque, efectivamente, Diamante fue un humanista apasionado por el cine, pero también por el teatro, el jazz, el flamenco, la cultura y, en la «larga noche de piedra» franquista, la libertad. Con oportunos prólogo de Fernando Lara y epílogo de Carlos F. Heredero, se acompañan estas memorias de largo documental “La memoria rebelde” donde el cineasta hace memoria de la II República.
Si se me permite la metáfora, así como un diamante adquiere valor como joya gracias al brillo conseguido por el tallado preciso del ángulo entre las facetas, de igual modo, Julio Diamante es un cineasta singular y hasta ejemplar por su condición de creador y profesional polifacético. No conozco a nadie que haya trabajado en tareas tan variadas del universo cinematográfico: director y guionista de cine y televisión, profesor de la Escuela de Cine, director de un festival (Benalmádena), fundador de la revista “Nuestro cine”, ejecutivo de la asociación de directores de cine, autor de libros de teoría y práctica de realización de películas, jurado de festivales, organizador de congresos y otros eventos, conferenciante y hasta episódico actor. Puede decirse que nada del mundo del cine le ha sido ajeno.
Pero su desbordante energía no se ha limitado al cine. Desde muy joven participó en el teatro universitario y, de forma profesional, ha llevado a la escena piezas y autores que, a finales desde los años cincuenta, vinieron a renovar el teatro en nuestro país. Desde en el “Woyzeck” de Georg Büchner a “Las viejas difíciles” de Carlos Muñiz, así como en obras de Ibsen, Max Frisch, Goldoni, Obey o Lauro Olmo, busca un teatro que asuma las aportaciones de los grandes teóricos europeos de este siglo, singularmente Meyerhold, Bretch, Piscator y Peter Brooks. Con muy buen criterio, justifica Diamante que cine y teatro no están tan alejados y, como hemos visto a lo largo de la Historia del Cine, la pantalla y la escena de fecundan mutuamente.
Esa diversidad de trabajos y dedicaciones otorgan brillo y valor como creador cultural a una figura que tuvo que sobrevivir en la lucha antifranquista, pelear con la censura, vérselas con la precaria industria del cine… en una actividad mantenida a lo largo de una vida que tiene su punto de legendaria. Aunque Diamante escribe sus memorias como si fuera una crónica, con una narración muy directa, desprovista de toda retórica, no cabe duda de que las tertulias con su padre y los amigos republicanos, los paseos por el Retiro con Jorge Semprún disfrazado de Federico Sánchez y la composición de poemas y letrillas flamencas permitían una dimensión más épica en quien fue nieto de un relojero alemán y biznieto del obispo fundador de los evangelistas españoles.
Como director de cine, su carrera ha sido limitada, aunque la media docena de largometrajes que dirige en menos de tres lustros, entre 1962 (“Los que no fuimos a la guerra”) y “La Carmen” (1976), han sido reconocidos como obras valiosas, sobre todo “Tiempo de amor” (1964) y “El arte de vivir” (1965), que figuran entre las obras de referencia del Nuevo Cine Español. Alguna de sus propuestas se adelantaban a su tiempo por su condición de sátira —“Sex o no sex” (1974), donde se burla del cine de destape— o su valor de revisión, como hace con el mundo del flamenco en “La Carmen”, cuya historia quiere que tenga el espíritu de «una soleá: poética y desgarrada, popular e impregnada de ese hondo sentido existencial que el flamenco encierra» (p. 236).
Sin embargo, a mi juicio —y sin menoscabo de sus películas ni de sus libros—, la gran aportación de este cineasta ha sido la creación y desarrollo de la Semana Internacional de Cine de Autor, también conocida como Festival de Benalmádena, con diecisiete ediciones entre 1972 y 1989, un ámbito de libertad en el tardofranquismo y, en las antípodas de las «alfombras rojas», una apuesta por el valor estético y cultural del cine que permitió exhibir películas censuradas, difundir filmografías de directores no comerciales y dar a conocer el cine más innovador de Escandinavia, Europa del Este, América Latina, el Magreb, India o Extremo Oriente. Benalmádena potenció monográficos de revistas y publicaciones cinéfilas, además de potenciar la distribución en España del cine de autor de esas regiones “periféricas”.
No sólo hay una autobiografía de Julio Diamante en este libro: por debajo late un fragmento amplio de la historia del cine español con los cineastas comprometidos con un cine que, durante varias décadas, ha sido «para la inmensa mayoría del pueblo, el único soporte cultural» (p. 248), lo que no hay que olvidar en la era de las plataformas, de piezas de YouTube y de la vídeodistracción de “Instagram” o “Tik tok”.
José Luis Sánchez Noriega