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1917 (2019)

Dirección: Sam Mendes Guion: Sam Mendes, Krysty Cairns Reparto: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, Andrew Scott, Colin Firth Fotografía: Roger Deakins Duración: 119′

Nada podrá hacernos sentir como un soldado atrapado en fuego enemigo. Es algo que se vive o no se vive. Y ojalá nunca tengamos que experimentar nada semejante. Ya está el cine para hacernos comprender los horrores de un conflicto bélico de maneras alternativas: mientras que Senderos de gloria juega la baza cerebral y La cruz de hierro apuesta por colocarse en el punto de vista de «los malos», Apocalipsis Now se decanta por el conflicto interior, La delgada línea roja opta por la metafísica y Salvar al soldado Ryan abre la vía de la experiencia inmersiva. Y precisamente en este último grupo se enmarca 1917.

Más que una película, Sam Mendes propone una experiencia cinematográfica que basa gran parte de su impacto en el plano secuencia. No importan los trucajes que ocultan sus cortes y mucho menos el croma empleado en la confección de algunos de sus pasajes. El resultado es tan apabullante que impide retirar tus pupilas de la gran pantalla durante gran parte de su metraje. Apoyado en la asombrosa pericia de Roger Deakins y su equipo de fotografía, el director británico diseña una carrera de obstáculos en la que la épica se funde con sentimientos tan íntimos como la nobleza, la generosidad, el miedo y el compromiso.

Es posible que, a primera vista, 1917 parezca un espectáculo visual al servicio del lucimiento de su director, un artificio que limita la profundidad emocional de sus personajes. Sin embargo, en medio de los paisajes devastados y de los territorios fantasma, Mendes reserva un espacio para que afloren los sentimientos de sus dos soldados protagonistas. Dos chavales que, antes de aprender a vivir, se ven forzados a aprender a luchar; que antes de asumir las responsabilidades propias se ven comprometidos a salvar las vidas de todo un regimiento.

En este sentido, resulta interesante la estrategia de Mendes a la hora de construir el personaje interpretado por George MacKay: embarcado en una misión suicida por accidente, comprometido a llevarla a cabo desde una convicción posterior. Ese viaje emocional de la obligación al compromiso es el verdadero motor argumental de una película que, una vez más, se posiciona en el lado de «los buenos».  A modo de gincana, el cabo Schofield debe superar los obstáculos más aterradores hasta llegar a su destino y cumplir un objetivo de vital importancia: entregar unas órdenes que podrían  salvar la vida de miles de soldados.

El planteamiento y desarrollo del film no facilita los tiempos muertos y es ahí donde el guión muestra las debilidades de 1917. Podemos perdonar la ingenuidad del «momento avioneta» que, por otra parte, no lastra narrativamente al film. Sin embargo, no hay manera de justificar el pasaje en el que una ciudadana francesa y su bebé tienen el cometido de ablandar el corazón del patio de butacas en una escena fuera de lugar e impropia de un cineasta como Mendes. En su cruzada por encontrar el tono más emocional de su película, el británico rompe la tensión narrativa y pierde la credibilidad.

Afortunadamente, la película recupera el aliento épico en su tramo final, a través de sus homenajes (musical) a Senderos de gloria y Gallipolli. En esos momentos es inevitable recordar a los que dieron la vida por una Europa libre y a los que todavía son capaces de sacrificar el beneficio propio por el bienestar general. En tiempos de un individualismo exacerbado bienvenido sea el recuerdo de un acto tan generoso como desinteresado.

Carlos Fernández Castro

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