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A Hidden Life (Vida Oculta, 2019)

Dirección: Terrence Malick Guion: Terrence Malick Reparto: August Diehl, Valerie Pachner, Franz Rogowski, Bruno Ganz, Matthias Schoenaerts, Michael Nyqvist Fotografía: Jörg Widmer Duración: 180′

Me irritan las lentes 8R del nuevo director de fotografía de Terrence Malick. Deforman la realidad. Tampoco puedo entender porqué los personajes austriacos y alemanes de Vida oculta hablan inglés cuando protagonizan un plano y alemán cuando su participación es secundaria en el encuadre de turno. Y hasta aquí llega mi buzón de reclamaciones, porque, a pesar de los pesares, vuelvo a caer rendido a la metafísica del genio de Austin, a su manera de hacernos sentir a través de la filmación de aquello que otros cineastas considerarían banal, a su sensibilidad para expresar sentimientos desde la sinceridad y la honestidad… Atrás quedan experimentos irrelevantes e inéditos en España como Knight of Cups y Song to Song.

El cine de Malick es, al mismo tiempo, terrenal y espiritual, material e intangible. En ocasiones, Vida oculta se siente sin necesidad de la mirada. Es una película que se piensa a propósito de todas las reflexiones vitales que plantea y se retuerce en el debate interior que generan sus dilemas. Mientras tanto, nuestros ojos se entretienen en imágenes de una gran expresividad y en unas interpretaciones que rebosan el naturalismo de la improvisación controlada. La narración se entrelaza con la meditación en el ejercicio más narrativo del director desde hace más de una década. No obstante, la imagen sigue imponiéndose a la palabra.

A través de constantes contrapicados, la cámara de Malick busca una luz que alumbre la esperanza en la historia de un hombre (y de su familia) que está dispuesto a sacrificarlo todo por sus principios. En el primer tercio del film, la busca en los cielos despejados de las montañas austriacas. Más tarde, detrás de esas nubes que van ganando terreno según avanza la narración. Y por último, en las ventanas de la cárcel que castiga la desobediencia de Franz al Führer. Porque, en realidad, somos esclavos de una libertad siempre condicional, como demuestran esos planos de Vida oculta que abren con la imagen de alguno de los protagonistas (Franz o su mujer) y enseguida reculan para incluir agentes externos que insisten en recordarnos la relevancia del contexto.

Malick vuelve a rodar un cine bigger than life en el que la vida y la felicidad de un hombre están supeditadas a sus convicciones morales. Poco importa que semejantes muestras de dignidad y nobleza sean presenciadas por todo un país, por una sola persona o transcurran en la más absoluta soledad. Porque ni siquiera el apabullante poderío del III Reich, mostrado en los primeros compases del film (prestados de El triunfo de la voluntad, de Leni Riefensthal), es capaz de doblegar la integridad de un hombre. El cineasta americano parece señalar el acto en si como el «peso» que desequilibra la balanza universal del lado del bien. Y quién mejor que el director tejano para retratar un acto de rebeldía: es posible que sus disecciones del alma humana no revienten taquillas, pero su mera existencia invita a otros cineastas a mirar más allá de las modas y de las normas impuestas por la todopoderosa industria cinematográfica.

Carlos Fernández Castro

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