El huevo del dinosaurio (Öndög, 2019)
Dirección: Wang Quan’an Guion: Wang Quan’an Reparto: Dulamjav Enkhtaivan, Aorigeletu Norovsambuu, Gangtemuer Arild Fotografía: Aymerick Pilarski Duración: 100′
Largos planos generales de la llanura de la estepa de Mongolia, la hierba seca debajo y el cielo azul grisáceo encima muestran el descubrimiento de un cadáver desnudo en medio de la nada. El paisaje austero y despoblado tiene algo de metonimia de la Tierra, pues la distancia y personas o animales diminutos que transitan por él, nos dan la impresión de un fragmento tomado al azar del planeta. Sigue la cámara distante para mostrar la llegada de la policía y de una pastora acomodada entre las dos jorobas de un camello lanudo. Esta pastora habrá de ocuparse de dar de comer y proteger de los lobos al policía inexperto de 18 años que recibe el encargo de preservar la escena del crimen durante una larga noche.
Hay que esperar quince o veinte minutos para ver un plano medio y poder identificar a los personajes, ponerles cara, darles identidad; y hay que esperar hasta el final de la película para una toma más cercana con el único rostro sonriente de toda la historia. La opción por privilegiar el espacio no es gratuita, como tampoco la renuncia a contar las circunstancias del asesinato. El director chino Quan’an Wong, perteneciente a la «sexta generación» y graduado en 1991, también situaba en Mongolia La boda de Tuya (2006), su único largometraje estrenado en nuestro país. Espacio, territorio y supervivencia en un medio tan hostil por el frío, el viento y la pobreza son determinantes en este retrato trenzado de pequeñas historias apenas esbozadas.
No hay nombres propios, hay personas sencillas cuyos deseos y necesidades son bien universales. El policía joven aún tiene pudor para relacionarse con mujeres, su jefe y el médico forense están pensando en la jubilación, el inculpado se encuentra aterrorizado en su soledad y la pastora necesita alguien que la ayude cuando una vaca se pone de parto o cuando tiene que matar un cordero; y, desde luego, desea ser madre.
Los huevos de dinosaurio son fósiles que dan testimonio de la vida de hace cien millones de años; aparecen en un diálogo donde también se especula con que en el futuro, puede desaparecer la especie humana, aunque queden huellas de su paso por la Tierra. Con un ritmo contemplativo, esta historia mínima llama la atención por su capacidad para evocar cuestiones nucleares en la existencia humana, entre la muerte (cadáver del inicio) y la vida que emerge (secuencia final). Sin grandes discursos ni referencias antropológicas ni cosmológicas emerge de la pantalla, en la estepa inasible, la vida elemental: los humanos somos seres que buscamos la supervivencia en un espacio hostil y poseemos el fuerte instinto de conservación de la especie que nos garantiza la compañía y la ayuda en caso necesario. Los personajes están tomados en su cotidianeidad y su condición «primitiva» no queda subrayada desde una mirada paternalista.
Una película minimalista, muy de festival, que busca transmitir un mundo que alberga la esencia de todos los mundos. La distancia de los planos generales y la focalización sobre unos hechos concretos —sin contexto ni pasado ni reflexiones— nos permiten apreciar el valor universal de lo que sucede en pantalla.
José Luis Sánchez Noriega