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Festival D’A de Barcelona 2020: Little Joe

El último trabajo de la austriaca Jessica Hausner confirma que su cine es una tormenta a punto de estallar. Desfilan los títulos de crédito iniciales y ya se huele la humedad en el ambiente. Pero al final nunca llueve. Si acaso, se observan relámpagos en el horizonte acompañados por truenos que adoptan el rol de espada de Damocles. La amenaza siempre está presente.

En Little Joe, la directora de Hotel lleva su fórmula un paso más allá en términos de inquietud narrativa. Realmente no hay motivo para alarmarse, pero algo en la atmósfera de sus imágenes y de su música anticipa malas noticias: un perro que deja de ser dócil, un hijo que cambia de carácter, un pretendiente que empieza a perder el interés romántico en beneficio del científico… La voluntad de los personajes se desvanece como el aire de un globo que se desinfla lentamente.

Hausner trabaja cuidadosamente la paleta cromática de sus planos: abandona paulatinamente el blanco aséptico de sus científicos por el rojo amenazador de unas plantas diseñadas genéticamente para provocar la felicidad en el ser humano. A cambio de un cuidado regular, su aroma proporciona un extraño bienestar. Pero jugar a ser Dios siempre ha tenido un precio.

Es entonces cuando Little Joe empieza a recordar lejanamente a La invasión de los ultracuerpos, versión Philip Kaufman, adoptando unas formas mucho más sutiles y sorteando los códigos clásicos del terror. Todo es insinuado. No hay artificios que valgan ni asistimos a la materialización visual de una amenaza. La suma de las pequeñas tensiones acaba construyendo un ambiente enrarecido que envuelve el tratamiento de temas tan distintos como el nacimiento del fanatismo, la culpabilidad materna, el coste de la felicidad y los límites de la ética en el terreno de la ciencia.

La cámara de Hausner propone planos largos que o bien permanecen estáticos, incrementando la tensión de situaciones incómodas, o bien se mueven con una fluidez parsimoniosa que acompaña la progresión argumental y hace pensar en un poder superior que domina la situación. Y al son de la magnífica partitura de Teiji Ito, las imágenes adquieren un tono paranoico que queda suspendido en el aire, entre la pantalla y el espectador.

Al contrario que el aroma desprendido por Little Joe, que impone sus condiciones a cambio de una extraña felicidad, la propuesta de Hausner aboga por el libre albedrío a pesar del riesgo que éste pueda entrañar. La cineasta austriaca entrega sus imágenes sin exigir la defensa incondicional de su cine: no está tan cansada de luchar ni le importa tanto el qué dirán como para sacrificar su estilo a cambio de un éxito masivo. Sin libertad, éso que algunos interpretan como felicidad se asemeja más a la esclavitud. ¿Somos lo suficientemente fuertes como para renunciar a una dosis convincente de un falso «todo va bien»?

Carlos Fernández Castro

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